Música

jueves, 29 de enero de 2009

Un paseo por lo trascendental


Despreocupados y tiernos. Así son los niños de este barrio. Una panda de maleantes sin oficio ni beneficio que, pese a no ser productivos laboralmente hablando, tampoco engrosan las listas policiales.
Paseaba yo, una aciaga tarde de domingo por el parque próximo a la escuela primaria Benito Pérez Galdós, cuando mis oídos guiaron a mi vista hacia una peculiar escena.
Una clase llena de niños. Sin profesor. Un domingo. No hay alboroto. Todos están sentados en sus pupitres y parecen atender interesados a las explicaciones de un joven orador.
Un fuerte olor llegó a mi nariz. Eran mis propias entrañas que comenzaban a descomponerse de curiosidad. No tuve más remedio que acercarme hasta ellos y, escondido bajo la ventana de la clase, averiguar que se cocía allí dentro.
Varias preguntas surgieron en mi cabeza: ¿Qué hacen unos niños atendiendo a una explicación impartida por otro imberbe como ellos? ¿Por qué están un domingo dentro de la escuela? ¿Habrá algún profesor con ellos? Si en verdad están solos, ¿por qué soy el primero en darme cuenta de esta situación?
La respuesta me fue respondida al instante cuando vislumbre el póster de una modelo desnuda a tamaño natural. Clases de anatomía básica con póster explicativo.
Entonces, sonreí. Aparté la vista del cristal y dejé que los niños siguieran absortos en aquella clase magistral.

Mientras retomaba mi andadura hacía ningún lugar en concreto, comencé a recordar retazos de mi infancia y del descubrimiento de lo prohibido, ya sea a través de revistas, posters o conversaciones con amigos.
Qué tiempos aquellos en los que uno no era más que un ser despreocupado. Ahora, mi trabajo como fiscal no me permite muchos momentos de ocio y parezco haber perdido el toque de simpatía que caracterizó mi personalidad durante la juventud.
Aquella reflexión tambaleó por un momento mi conciencia como si de un disparo al aire se tratara. ¿He dicho un disparo?
No era mi conciencia. Eran disparos. Rápidamente me agache e intenté cobijarme tras un contenedor de basura.
¿De dónde procedían aquellos proyectiles?

-Nunca lo supe San Pedro. Y ahora solo espero que me deje pasar y tal vez eternizarme aquí en el cielo, junto a las grandes figuras de la historia.-

-No se si lo mereces hijo. Rellena este formulario y ve a que te lo sellen a la taquilla de supuestos nominados al Edén-

-¿Nominados? Y si no me dejan pasar, ¿iré al infierno?-

- Mmm, nosotros preferimos llamarlo “La Segunda Estancia”, hijo. Los eufemismos también han llegado hasta las tierras del Altísimo, como puedes observar.-

San Pedro apartó la vista de mi cara y la puso sobre un libro: “La sombra del viento”. Yo, cabizbajo me dirigí hasta la taquilla pensando en qué me depararía el resto de la eternidad.

Para un paseo que doy, acabo muerto.

-Hijo, hijo- San Pedro me hizo un gesto con la mano para que me acercara. El corazón me latía fuerte en el pecho, iba a entrar en el cielo por fin.


Entonces desperté en el Hospital y esto es todo lo que recuerdo. Mañana seguiremos con la explicación sobre el Tema 7: Los derechos reales. Las servidumbres de paso.

Salí de la clase y tomé aliento. Los alumnos miraban atónitos mi salida del aula.
Qué tiempos aquellos en los que era un ser despreocupado.
Al menos este escarceo con el más allá me ha hecho comprender una cosa: Los tópicos son ciertos, hasta los que hablan del cielo… Tal vez debería leerme “La sombra del viento”…