Música

martes, 24 de noviembre de 2009

Semanario Galway 6: El Día de Acción de Gracias


(¡Qué imagen!Me encanta el doble sentido)

Mañana es el Día de Acción de Gracias aunque nosotros decidimos celebrarlo el domingo pasado (a todos nos venia mejor).

Fue curioso formar parte de una fiesta tan ajena, pero a la vez tan familiar. Todos reunidos en el salón del apartamento de al lado, degustando la tradicional gastronomía americana del evento, riendo, charlando y descubriendo el por qué de aquella festividad.
Pavo, maíz, judías verdes, batata frita, pastel semidulce, bollería “ocasión especial”, tarta de chocolate y vino español, más concretamente de León (que, aunque no es muy común, siempre queda bien un vino) fueron los alimentos que “agradecieron” nuestros estómagos, sobre todo el mío, después de haberle castigado durante cuatro días a base de bocadillos y “fast food”.

Acción de gracias me pilló por sorpresa. Acababa de poner los pies en el encharcado suelo de Galway después de una visita a la capital holandesa y, el olor a pavo asado hizo nacer en mí un espíritu norteamericano que nunca tuve.
Me puse mis mejores galas para mimetizarme lo más posible en el entorno y así, descubrir desde dentro ese espíritu de unidad que hace que todos aquellos que vienen de intercambio a irlanda pero no necesitan aprender el idioma, se junten, acompañados de sus pupilos malangloparlantes, para disfrutar de aquella fiesta que todos conocemos gracias a la tele, pero que muchos ni siquiera saben a que santo se le dedica.
Pues bien, he de deciros que pese a que las gracias, originariamente se envíen por wifi al Señor de los señores (cosa complicada en Corrib Village, ya que aquí, internet es más independiente que los propios irlandeses y funciona cuando quiere), la raíz del asunto, posee unas pinceladas cuanto menos curiosas.
No seré yo el que corte y pegue de wikipedía, o por lo menos no en mi amado blog, así que resumiré en pocas palabras lo que la enciclopedia global y gratuita recoge sobre este asunto:

Hace mucho tiempo atrás (muchísimo si eres americano y cuatro días si eres europeo) unos protestantes ingleses desembarcaron en la costa de lo que ahora gobierna Obama. Su idea era establecer una colonia allí pero, al llegar el invierno y no tener calefacción, botas de gore-tex ni cazadoras The North Face, muchos de los que llegaron, acabaron algo más congelados que su tataranieto Walt Disney.
Los supervivientes a aquel frigorifico sin “non frost” llamado Massachussets, debieron su no transformación en “frigopies” a los indios de la zona, así que, agradecidos por la ayuda prestada por el colectivo indígena, decidieron compartir (como buenos futuros americanos) su comida con los susodichos salvadores.

Hasta aquí vamos bien. ¡Qué menos que invitar a un bocata al tipo que te acaba de dar una manta para que no mueras de frío!
De acuerdo, no me dejaré llevar por la ironía una vez más (que no es mi estilo) y acabaré por resumir el final de la historia. Luego, ya ironicen ustedes:

Pasó el tiempo y lo que era hermandad y compañía, acabo por convertirse en mal rollo.
Los wampanoag (claramente, son los indios, no los protestantes), comenzaron a sentirse incómodos con la masiva llegada de ingleses (imaginaos el lío de andar arropándolos todos los inviernos para que no se constipen y acaben doblando la servilleta), así que, entre riña y riña, acabaron llegando a las manos y, lo que comenzaron con la fraternidad y el compartir comida años atrás, terminaron por exterminar a casi la total población de indígenas.
FIN

Total, que allí estábamos todos, irlandeses, mexicanos, americanos y yo, llenando nuestros buches en la isla vecina de la que partieron hace tanto tiempo aquellos colonizadores y descubriendo (por lo menos en mi caso) el origen de algo que, debido a mi ignorancia, desconocía.
Fue divertido, lo pasamos bien pero, aunque la historia no me pareció tan graciosa como su propio nombre indica, yo me estaba riendo. Supongo que sería por que acababa de llegar de Ámsterdam…

lunes, 9 de noviembre de 2009

La ciudad marrón ya no lo es tanto


(Para saber la primera parte de esta historia, remítanse al post: “La ciudad marrón”, que se encuentra en la pestaña: 2008)

Lo recordaba como si fuera ayer.
La chica se acercó a su mesa y tomaron café. Hablaron y hablaron y terminaron por adjetivar como marrón a la ciudad que los junto en el mismo sitio.
A él le pareció curioso cómo un color puede expresar tanto.
Quedaron más veces, sus charlas se convirtieron en un semanario continuo, sin interrupción. Dialogaron sobre tiempo, futuro, pasado, colores, verbos. Descubrieron que se puede tener fobia a los pájaros, que tú color favorito cambia según las circunstancias, que la leche, si viene en botecitos se convierte en algo exótico, que Mérida puede no ser la capital de Extremadura si te lo propones.
Descubrieron el sabor de los helados, el chocolate, el gel antibacteriano, las películas en versión original, la música en común, los juegos de dibujar, el café solo y el café sin azúcar.
Descubrieron la pequeña barrera entre las mesas de la cafetería, y eso fue lo que los hizo comenzar con la charla.

A veces, recordaba %, las mejores conversaciones suceden en los cafés pero, lo cierto es que después de la última que tuvo con &, no había encontrado más que té con leche y bajas dosis de interés.
El último día, mejor dicho, el último café en buena compañía ocurrió hace mucho tiempo atrás (en realidad no tanto como él cree, pero al fin y al cabo, el tiempo que le importa es el que pasa por su cabeza, no el que estipula el calendario). Fuera, el Sol arrebataba el adjetivo de marrón a la ciudad, para convertirla en algo resplandeciente.
% liaba un cigarrillo mientras & dejaba su bolso encima de la mesa. Su mirada era muy alegre, en este caso, podríamos adjetivarla como verde.

-Cuando sale el Sol se te aclaran los ojos, ¿lo sabías?
-Por favor, que cursi eres %. Respondió & burlona.
-No soy cursi, es una cuestión de claridad.

Acabaron sus bebidas y se dijeron adiós (hablaron de más cosas, pero qué os importa). Ambos sabían que pasaría tiempo hasta que una ciudad, fuese la que fuese, volviera a juntarlos de nuevo.
& tuvo que marchar en busca del origen de las especies y %, algo cansado de su estática vida, decidió probar suerte con el negocio del aire embotellada, ésta vez en otro lugar.
Ahora, después de tanto tiempo, de tantos cafés para llevar, infusiones calientes y alguna que otra cerveza, % descubre por un momento la barrera del tiempo y se queda parado frente a un paso de cebra, sin mirar, simplemente analizando toda esta serie de eventos pasados.

-Hace casi un año de la primera vez que nos sentamos juntos, de aquel primer encuentro con &.

Si buscan en este texto, un final decente, propio de una historia que aunque no tenga mucho gancho inicial, puede que se solucione con un gran desenlace, solo tienen que cambiar % y & por su nombre y el de otra persona a elegir (¿están seguros de que viven en una gran historia?).
Si por el contrario, carecen de imaginación o de ganas para cambiar el rumbo del relato, les diré que es una opción poco arriesgada y muy propia de la mayoría, no por ello menos correcta.

En el mismo momento que % decidió pararse a contemplar su interior (también, ¡vaya sitio para hacerlo!), un coche pasó rozando la acera, lo que provocó que una ola de agua y mierda de la calle, salpicara al pobre “empanado sentimental” hasta calarle su propia melancolía.

Entonces, el protagonista, en vez de cagarse en todos los muertos del conductor, decidió abstraerse aún más, hasta el punto de pensar en que era él el que conducía y que, en un día lluvioso, tan realmente marrón como aquel, se dirigía camino de la cafetería de siempre a disfrutar de un nuevo encuentro con &.

martes, 3 de noviembre de 2009

Semanario Galway 5: “Big”


(Perdonen el retraso en el blog, pero estos días he tenido que atender una visita muy importante a la vez que esperada y no he podido actualizar así que, esta semana, habrá varios semanarios de golpe).

Parece que este semanario se ha convertido en un bombazo en Irlanda.
No es por dejar la modestia que me caracteriza aparte pero, es verdad.
La gente me pregunta por la calle con su peculiar acento “galwense”: ¿Eres el tipo del blog no? ¿De que hablarás la próxima semana? (claramente, en inglés).

Al principio me resultaba emocionante este reconocimiento local, pero al final resulta demasiado repetitivo. Tanto, que cansa. No puedo vivir con esta presión. Todo el mundo me pregunta por el blog y yo respondo: Wait until the next week!
Pero ellos me miran con una cara que expresa algo así como ternura y me dicen: Ok, see you man!
Lo cierto es que la vida en el extranjero para alguien que no este acostumbrado a otra cosa que vivir en su casa, no resulta para nada exótico, por mucho que pueda parecer.
Aunque, también, adjetivar a Irlanda como exótico… aun así, yo aviso, para el que quiera pedir una beca para el próximo año.
En un mes estás más que asentado.
Lo que en un principio era una aventura, como ir al supermercado y encontrar unos productos distintos o en envases del todo extraños, se convierte en el pan de cada día.
Lo que al principio era interesante como ir a clase, en un mes se convierte en complejo (derecho en otra lengua, no hay quien lo entienda a veces) o aburrido, como siempre.
Lo que al principio resultaba frustrante, como el hecho de que los pubs cierren a las 12 y los clubs (diferente significado que en España, aviso a los guarros) a las 2, ahora lo sigue siendo, aunque un poco menos.
Lo que al principio era una barrera, como lo era el idioma, ahora, desgraciadamente lo sigue siendo (aunque un pelín menos).
Vale, la vida no es tan corriente.
¿Recuerdan la película “Big”, protagonizada por Tom Hanks? Para los que no sepan la sinopsis, decirles que cuenta la historiadeunniñoquequieresermayor,echaunamonedaenunamaquinadelosdeseosysehacegrande.
Pues aquí es al revés. Cuando te vas de erasmus, es algo así como ser Tom Hanks, querer hacerse un poco más grande, ir a la máquina de los deseos y que ésta te conceda una beca miserable que vete tú a saber si nos la ingresan. Entonces, cuando crees que tú deseo está a punto de cumplirse, te encuentras en un país extranjero, hablando el inglés que los profesores te enseñaron en el colegio (si ellos no saben, que cojones te van a enseñar) o en la Escuela de Idiomas (ya dije que yo no soy de criticar…) y que tú apenas pusiste punto en aprender y que, cuando te quieres dar cuenta, todas esas ansias de crecer que tenías al poner el primer pie en el aeropuerto, se han convertido en una especie de metamorfosis de hombre a bebé, que apenas sabe comunicarse.

Pensándolo bien, el blog no ha sido tan exitoso porque, la verdad, no conozco a muchos irlandeses que hablen español, o en este caso, que lo lean. Sinceramente, creo que ni siquiera saben mi nombre.
Entonces, si no me preguntan por el semanario, ¿Qué coño querrán decirme?
Ahora entiendo sus miradas. Creo que significan algo así como: - Este tiene una empanada… ¡no está perdido ni nada el tipo!
Perdonen el pesimismo. A este paso superaré a “Las cenizas de Ángela” en nivel de depresión.

domingo, 18 de octubre de 2009

Semanario Galway 4: Semana de la salud mental


Esta semana se desarrollo en mi universidad la MHW, también conocida como, la Mental Health Week o Semana de la Salud Mental de NUI Galway.
Es curioso que se celebre una especie de evento como este y que desde lunes hasta el viernes se organicen actividades destinadas a preservar nuestro equilibrio psicológico.

Me encontraba sentado en el Larmor Theatre (osease, un aula magna con nombre propio, para todos aquellos que nunca hayáis salido de vuestra casa, ¡que todo hay que explicarlo!) intentando captar lo que la profesora de Comercial Law I soltaba en su cerrado inglés de Galway, cuando decide hacer un pequeño descanso a mitad de explicación para informarnos sobre la temática psiquiátrica de la semana.
Numerosas eran las actividades que se llevarían a cabo. Desde charlas, coloquios u obras de teatro, hasta fiestas con descuentos en cerveza Bavaria o quedadas con pizza gratis incluida. Pero en ese mismo instante y antes de retomar el hilo de su explicación, la profesora decidió dar paso a un par de videos que previamente había estado buscando en youtube:

-Vídeo núm. : Animadoras bailando en un gimnasio al son de “I´m working on sunshine”.

-Vídeo núm. 2: Animadores bailando en un escenario al ritmo de “I´m working on sunshine.
(Supuse que era algo para encontrar las diferencias)
Después de visionar aquello, todos nos miramos con cara extrañada, a lo que la mujer contesto que no era nada más que un “brake” para hacernos sentir mejor, que para eso estamos en la Semana de los “taraos”.
Vale. De acuerdo. Reconozco que aquello me puso de buen humor, más por lo cómico de la situación que por lo simpático del vídeo pero, nadie puede negarme que no es cuanto menos, extraño.
Estoy tan acostumbrado a que las clases de derecho se limiten solo a eso, que cuando de repente cambian el “interesante estudio de la venta de bienes” por los videos de baile que la MTV cuelga en Internet, pues que me asombro, fíjate tú.

Cambiando de tema para llegar al mismo punto, quería destacar el gusto en el vestir que tiene un alto porcentaje de la población aquí.
Parafraseando a cualquier vecina al azar diría: “Mira que yo no soy de criticar pero…”.
Pues si, yo no soy muy de criticar pero no soporto la facilidad y/o valentía que tienen muchos y muchas irlandeses para mezclar el chándal con los zapatos, el naranja chillón con el negro y el verderrematadoconaccesoriosplateados, el maquillaje con el “gotelé” o el chubasquero del Arsenal (véase también con los de cualquier equipo de rugby) con pantalones de pinzas.
No paro de pensar en el trozo de papel que encontré la semana pasada enganchado al arbusto y no puedo más que analizarlo junto con toda esta serie de “catastróficas desdichas”.
-La gente aquí esta fatal-, es uno de los pensamientos que sin pasar por el filtro de la moral aparece primero en mi mente pero, si me pongo a organizar la información e intento llegar a algún punto coherente, no hago más que acercarme a un límite que no conozco y que ni siquiera pienso rozar.
Prefiero que cada uno siga su rumbo y dejar las cosas en su sitio, que no quiero acabar necesitando una semana de salud mental.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Semanario Galway 3: Mimetismo animal


Pasaba las horas conversando con Gilderoy.
-Qué cortos son los días del otoño irlandés.
- Más lo serán en invierno. Me advirtió mi consejero.
Es muy probable que consiga acostumbrarme a ellos pero me angustia pensar que este maldito horario termine por domar mi carácter.
- Lo bueno de este clima es que te hace saborear mejor el té.
- Tienes razón mí querido Gilderoy, aunque presiento que el gusto cambia porque sabes donde te encuentras, no porque en realidad sea cierto.
- No desperdicie la felicidad de las pequeñas cosas mi querido amigo, puesto que es lo único que nos queda. Si dejamos escapar las alegrías cotidianas, ¿qué nos aguardará más?
- Esta claro que este país no esta hecho para mí.
- Esta claro que este país no está hecho para los inconformistas. Añadió Gilderoy.

Asombrado me hallo con el descubrimiento de esta pequeña lectura.
Resulta que en uno de mis paseos matutinos, mientras descubría de nuevo el maravilloso paisaje que se encuentra justo detrás de mi residencia (miren la foto), poso la vista en un arbusto y encuentro enganchado este texto.
El texto estaba en castellano y algunas de las palabras finales habían desaparecido como consecuencia del mal tiempo pero, el amarillento papel que tuve la oportunidad de descubrir, dejóme maravillado, cuanto menos.
Por si no lo saben, estoy en Galway, ciudad donde las haya (¿y dónde las hay? Se preguntarán ustedes) y, en mis años de vida que pasan de sobra la veintena, nunca había leído un pasaje que se encontrara enganchado a un arbusto, en un castellano tan bien cuidado.
Qué extraño, insólito documento, no puedo parar de pensar en su dueño o creador (ya que he omitido anteriormente que el papel estaba escrito a mano, con una depuradísima técnica caligráfica). Leo y releo el papel en casa, y cuando tengo tiempo, imagino historias a partir de sus personajes.
Quienes serán, por qué el dichoso texto está escrito en castellano estando donde estaba, cuál es la razón de su añeja forma de hablar si el papel, aunque amarillento, no tiene pinta de estar escrito hace más de 10 años, qué alguien me explique la razón de su esmerada escritura, algo así como con letra de cuadernillo rubio de colegio privado.

Todo esto me preguntaba yo, tal como está escrito, sin signos de interrogación ni nada, porque cuando uno piensa, no necesita signos para entonar sus pensamientos y, por más que le daba vueltas al asunto, no conseguía llegar a ninguna conclusión.
Por tanto, llegados al punto en que mis elucubraciones no paraban de toparse una y otra vez, decidí dejar de lado por un tiempo el asunto, y volver de nuevo la vista hacia el horizonte porque, dice el dicho que el que no piensa es más feliz, así que, al carro del No Esfuerzo, ¡me apunto el primero!

Después de esto, que acaeció hará exactamente varios días, apenas he tenido tiempo para seguir analizando minuciosamente el contenido de este continente llamado Irlanda, pero he llegado a una conclusión y es que si algo me gusta de verdad, es el fútbol.
El fútbol es la mejor manera que tiene un español con poca idea del inglés para entablar conversación con un irlandés universitario de primer año y encima, caer bien. Todos conocen al “Barzlonae” y al “Sivile” (Sevilla) o al Medride y todos se emocionan al hablar de nuestra liga y de nuestros jugadores. Por eso, me dedico a dar consejos, o más bien me dediqué (ya que el irlandés que vivía en mi piso termino por marcharse, thank god!) durante varias jornadas acerca de las apuestas que llevar a cabo en los “Bookmakers”. Tiene gracia, esto es lo que yo llamo mimetismo animal.

Camaleones del mundo, ¡uníos!

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Semanario Galway 2: Dublín y el oro negro irlandés


Muchas cosas distancian a Irlanda de España: el Sol, la lluvia, la gente, las diferentes costumbres, los precios, el idioma, los kilómetros… Cosas que, si hubiese omitido, el texto no habría perdido interés, sino que incluso habría ganado lectores pero, debido a mi holgazanería, no me apetece pensar en otra introducción con más gancho, que para eso esto lo hago gratis.
Como decía, las diferencias son elevadas, y hay que reconocer, que en lo que a vender el producto se refiere, los irlandeses nos llevan años de ventaja.
El producto se llama Guinness y es algo así como una cerveza que tiene muy buena pinta (aquí la gente dice “pint”) aunque cuando llevas bebida la mitad piensas: no está mal pero, si no le hubieran dado tanto bombo, me hubiese pedido una Murphy´s.
A pesar de todo, tuve la suerte de visitar la fábrica el día en que se cumplía su 250 aniversario (bueno, dos días más tarde, pero todavía lo seguían celebrando vaya) y digo lo de suerte porque recurrir a la ironía siempre me ha gustado, pero que me expliquen en cuatro paneles (muy bien iluminados, eso si) el procedimiento de elaboración de la dichosa cervecita y acto seguido mandarte a freír “noodles” (tras la toma gratuita de una de las susodichas, menos mal) podría habérmelo ahorrado con un simple vistazo en wikipedia.
No obstante, no fui el único turista que cayó en la trampa de la fabricación del oro negro irlandés. Junto a mi se encontraban ilusos de todo el mundo que leían y releían los cartelitos explicativos con la desesperada intención de amortizar en la medida de lo posible el elevado precio de la entrada aunque, para mi asombro, al llegar a la última planta de aquel curioso edificio con forma de pinta (¡es que ya es obsesión!), la mayoría de la gente al pedir su cerveza de recompensa, le daba dos sorbos y la abandonaba (¿que hubierais hecho vosotros en esa situación? Pensad en una de las múltiples soluciones).
Con esto no quiero deciros que no vayáis a visitar la Guinness Storehouse, de hecho, hacerlo, que como dice el refrán: “mal de muchos, consuelo de tontos”.

Cambiando de tercio, Dublín es una ciudad que no está mal. Bueno, ni bien ni mal, normal, yo que se, ir y verla, que tampoco os sale tan caro, es que me ponéis en un aprieto que ahora mismo no te se decir... Tal vez los puentes si que son bonitos, y el colorido de los edificios del centro también están bien. De hecho, lo que más me gustó fue Temple Bar, que es la zona de fiesta y está repleta de buenos grupos de música callejeros y de numerosos conciertos nocturnos (alta calidad, lo aseguro). Pero, que yo os cuente todo esto, o que lo busquéis vosotros mismos en una guía es lo mismo, así que, tampoco es necesario que me explaye más, que Dublín en una tarde está visto, como quien dice.
En resumen, el pesimismo que surge de los poros de este texto sin poros no lo es tanto, teniendo en cuenta que si a uno le gusta viajar, siempre le va a parecer interesante conocer nuevos lugares. Además, no creo que lo más interesante de Irlanda sea su capital, sino que lo más interesante es la Guinness, conocida en el mundo entero y publicitada hasta en los baños de este país en el que me encuentro. Y si al final, lo más interesante no es la Guinness da igual, porque ellos han conseguido metértela tanto en la cabeza a través de anuncios y más anuncios, que cuando cualquiera de los turistas (exceptuando tal vez los que visitaron la fabrica) que vuelva a su casa después de sus vacaciones y vaya a un pub irlandes, pedirá una de estas oscuras cervezas y le dirá a su acompañante:
-¿Te acuerdas “cari” de lo diferentes que sabían en Irlanda?
-Es verdad, es que allí no tienen ni punto de comparación.
Y los amigos creerán el mito y acabarán visitando irlanda, y se desengañarán al probar el primer trago pero, como no tendrán valor, seguirán con la misma mentira y así que el mito seguirá existiendo.

Por eso, aprendamos de esta gente y publicitemos el jamón que la verdad es que aquí sabe totalmente diferente, entre otras cosas porque solo lo hay de york.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Semanario Galway: “Introduciéndoos en harina”


Galway, ciudad donde las haya (¿y donde las hay? Se preguntarán ustedes), repleta de estudiantes, pubs irlandeses (obviamente) y lluvia (eso dicen, por que en lo que llevo aquí no he visto apenas una gota).
Suena raro despertarse por la mañana y decir good morning!, en vez de ¡buenos días majo! a alguno de tus compañeros de piso, pero la vida en los países de habla inglesa suele ser así.
A parte de dar los buenos días en inglés, solemos hablarlo todo en ese idioma que inventaron los colegios españoles para ser impartido por profesores ineptos que te llevan al fracaso escolar y que cuando te quieres dar cuenta estas de erasmus en irlanda y no sabes ni pedir un café con churros porque vete tu a saber como se piden unos churros en estos países pero, al final uno termina acostumbrándose y comienza incluso a soñar mitad en español mitad en inglés.
Menos mal que no se les entiende cuando hablan a los galwenses o galweños (da igual, ninguna de ellas es correcta), porque al solo tener una o dos horas de clase al día, tengo tanto tiempo libre que bien puedo usarlo en descifrar su jerga o pensar una estratagema para recuperar el orden y el civismo entre los habitantes de Corrib Village (que al español se traduce como: mi residencia).
Y digo bien acerca de recuperar el orden y el civismo porque, y pese a que no suelo creer en los tópicos, es cierto que los irlandeses sobrios pueden ser simpáticos pero, ebrios y en manada pueden llegar incluso a atacar al hombre. Esto no es mentira y me remito a la pasada noche en la que a eso de las 3 de la madrugada, mis compañeros de piso y yo tuvimos que salir cagando guinnes (que pa’ eso estamos en irlanda) del cuarto porque nuestros vecinos irlandeses de primer curso habían comenzado a quemar su cocina y el humo llegaba hasta nuestra puerta. En fin, ante estas cosas y la pésima manera en la que el personal de seguridad concluyó el asunto, no me queda más que agachar la cabeza, respirar hondo y decir entre dientes: a lo mejor en españa no estamos tan mal. Tal vez a veces somos un poco vándalos pero por lo menos no cobramos 4,20 euros por un pequeño frasco de vinagre de módena.
Y esa es otra, la comida es carísima, tan cara incluso que el otro día pedí un café con una magdalena en la universidad, y tuve que llamar a mis padres para que avalaran una hipoteca con la que pudiera sufragar los gastos de aquel “breakfast”.
En fin, esto no es más que una absurda presentación de lo que espero sea mi diario/semanario/escribo si tengo algo interesante que contar, así que, como comenzará en breve, os propongo hacerlo más interactivo y que me hagáis preguntas con respecto a la vida en irlanda, qué os gustaría que apareciera en la siguiente entrega, o si pensáis que todo lo que cuento es mentira. También admito sugerencias e incluso críticas (constructivas, eso si) y así, con vuestra ayuda, conseguir ser el blog más visitado y más comentado de la historia de los blogs (jeje bueno, con esto quiero decir que entreis, que se agradece, que ahora no solo voy a publicar solo relatos, sino también vivencias (pero vividas o no, eso ya es otra cosa)
Así que, después de esto, solo me queda despedir esta presentación y esperar a que estéis en vuestras casas deseosos de encontraros con nueva e irrelevante información, y así de paso darme el gusto de encender cada mañana el ordenador y ver La Involución del Mono repleta de visitas y comentarios (que no os cuesta nada, y uno lo agradece mucho oye)

Un saludo a todos los que seguís este blog, que rondáis el millón y medio de personas (o no).

martes, 11 de agosto de 2009

La tele de plasma


Ejem.- Remigio despierta cada mañana a su perro con un masaje en el lomo. No son caricias las que hacen que Rayo despierte al vecindario con un ladrido, son masajes de verdad. Remigio era fisioterapeuta y cree que la salud de su perro, se mantendrá indemne con unos precisos y diarios golpes de mano.
Después de la sesión de fricciones, toca baño. Cuando comienza el día y los músculos del cánido están preparados para afrontar una nueva jornada, Remigio, que es un fanático de la higiene, frota el pelaje de Rayo a base de esponja y jabón (dermatológicamente probado), culminando el proceso con varios remojos en agua fría y caliente ya que, como muy bien sabe Remigio, ayudan a la circulación.
No son precisamente maratones lo que Rayo practica cuando sale de paseo. Este, tras ingerir un opulento desayuno a base de tortitas y zumo de arándanos, exhibe su masajeado y limpio cuerpo de perro por la calle principal del pueblo.
Su amo, orgulloso del aspecto de la mascota, eleva el mentón en señal de superioridad, guiando al chucho en un desfile majestuoso a través de paisanos atónitos, tractores y animales de clase inferior, o por lo menos, peor cuidados.
La perfección a la que parecen acercarse estos dos seres, disienta mucho de la realidad de sus vidas. Una fachada limpia es lo único que pueden exponer ante los ojos de sus convecinos. El pasado no perdona y las fechorías cometidas por el dúo metrosexual humano-perro no son olvidadas por los parroquianos de San Celemín.
-Vale, me gusta.
- Pero… ¡si no he acabado de leerle mi resumen!
- Ya, bueno, pero hay personajes extravagantes, algo de intriga… esta bien. Creo que será un gran éxito en taquilla.
El guionista afortunado no comprendía la filosofía de Hollywood. Sus guiones carecían de argumento y aún así, conseguían ser llevados a la gran pantalla.
Harto de no sentirse satisfecho con sus propuestas (por mucho dinero que le produjesen), había comenzado a beber y a coquetear con las drogas. Su mujer no lo comprendía. “Mucho trabajo y éxito pero, mis obras están vacías, ¿sabe? No soy el Capote que soñaba ser. “
No esperaría a que le ingresaran el dinero que había ganado con su basura literaria. Pisó fuerte el acelerador de su deportivo y enfiló la carretera dispuesto a desintegrarse contra lo primero que se cruzara en su camino.
De repente, comenzó a sonar el móvil. Rápido y paradójicamente cauto, encendió el manos libres:
- ¿Si?-
-Le llamo por lo de la televisión de plasma de 57 pulgadas, HD, conexión a Internet incorporada, visión panorámica, etc. etc. que había encargado. La estamos llevando para su casa. -
-Emm… muchas gracias, voy para allá-

El guionista afortunado apagó el manos libres y aminoró su marcha. Pese a que nunca sería estudiado por los filólogos, elevaría el mentón en señal de superioridad y conduciría su coche en un majestuoso desfile por las calles de la ciudad.
Ahora solo tenía una imagen en su mente: la tele de plasma.

jueves, 23 de julio de 2009

"Jo" qué día


Me despierto entre una maraña de sábanas arrugadas.
El calor estival me repugna. Más que en Madrid parece que vivo en el Congo.
Entre sudores desperezo mis agarrotados músculos con una danza parecida al crepitar de las llamas de una hoguera de campamento, o mejor dicho, a un ataque epiléptico provocado por el puto despertador.
¿La 08:00? ¿Qué horas son estas? ¿Estoy de vacaciones y me levanto a las 8:00? Me doy asco. No soy lo suficientemente decidido para buscar un trabajo ni lo suficientemente trabajador para aprobar todo en junio, por eso mis pies se ponen en el suelo en señal de derrota. He de ir a estudiar.
El mismo ritual de siempre. El espejo muestra una cara de agotamiento matutina muy propia de mi. Entro en la ducha y decido hacer caso omiso a la única parte del cuerpo que es capaz de despertarse a la hora sin necesidad de alarma. El agua cae sobre mi alborotado pelo y pronto me cubre por completo como si de una segunda piel se tratara. Todos los días la misma mierda.


Enciendo la radio mientras desayuno (no me apetece volver a ver los capítulos repetidos de ‘El Principe de Bel Air)’ y para colmo, cuatro tertulianos me dan los buenos días con una “ligera” explicación sobre la crisis económica. Genial, Buenos días a vosotros también, majetes.
Me gusta desayunar café con leche y un par de magdalenas. Es sencillo de preparar (ya que las magdalenas están hechas y el café es de sobre), por eso me gusta, si no, probablemente ni desayunaría.
Ahora viene el momento de salir a la calle con los diente limpios y una esperanzadora visión del mundo que hoy afrontaremos, por eso decido plasmarlo en un papel, para enseñaros a todos mi original historia.

La biblioteca está atestada de gente, supongo que muchos como yo, que dignifican sus jornadas vacacionales con apuntes fotocopiados de un colega que a su vez se los dejo a otro colega que dice que el primero sacó muy buenas notas con ellos y que vienen muy bien resumidos. Seguro.

Allí, en ese “antro de dignificación y hombres de provecho” me encuentro con unos amigos que, supongo no habrán analizado tan a fondo su miserable existencia estudiantil a la hora del desayuno y por eso habrán tardado menos en llegar. Me guardan un sitio cerca de una ventana, pero da igual, no hay aire acondicionado y, pese a que Madrid no sea una ciudad costera y que el tipo de clima que aquí se estila es el glaciar, el calor se cuela por el hueco de la ventana para convertir mis apuntes de Hacienda Pública en una tortura peor que las que pueda realizar en Guantánamo nuestro querido Imperio.

Miro el reloj, solo han pasado veinte minutos desde que llegué a la biblioteca y ya me estoy deshaciendo por dentro. Debí haber “evacuado” cuando tuve ocasión en casa. Ahora es demasiado tarde.
Las horas aquí son un infierno, me siento como un soldado de Napoleón pasando su “mejor invierno” en un campo de batalla y escribiendo una carta a un ser querido.

El tiempo de descanso dejó paso a otro par de horas más de estudio, aderezadas con el calor procedente de la calle y las interminables hojas que explicaban la mejor manera de recaudar impuestos para la Administración Pública del Estado. La mejor manera, señores catedráticos, presidentes del gobierno, ministros de vuestros asuntos y demás interesados en la materia, es la que la mafia italiana ha llevado ha cabo durante años en los territorios de Calabría. Esa si que es una buena manera de llenar las arcas públicas y no la de hacernos rellenar todos los años la declaración de la renta.
Mi imaginación ya había descendido los cerros de Úbeda, alunizado en la luna de Valencia y surcado los mares de la Inopia (si es que la inopia tiene mar) para llegar a un nuevo estado de abstracción que solo yo conozco. Así, cuando aterricé de nuevo en mi asiento y miré el reloj, una grata sorpresa inundó mi alma: ya era la hora de irse. ¡Se acabó la jornada estudiantil! Vítores de júbilo por el dios del derecho se apoderaron de mi y si hubiera estado algo menos loco que Calígula, habría saltado entre las mesas de los demás afanosos “trabajadores del seso” para anunciarles la buena nueva. No lo hice.
Ahora comprendo lo que dicen los padres y las madres de todo el mundo cuando sus descendientes se quejan por algo: la vida es dura hijo (y lo cierto es, que qué sabré yo de vidas duras).

Después de comer volvemos al estudio, pero ya no interesa seguir contándolo, por lo que repaso el texto y me echo a llorar.
Al rato me digo que peor sería trabajar en la mina, así que sorbo las lágrimas y calmo mi llanto.
¿A quién le importa todo esto? Es algo tan corriente que debería ser borrado.
De repente me doy cuenta que el papel en el que escrito la historia no existe y que, lo que pensaba estar leyendo era la voz en off de lo que supongo, sea la historia de mi creador.

- ¡Yo no pedí nacer para vivir esta vida! ¡Soy un personaje de ficción, maaacho! ¡Podrías haber hecho que mi vida fuera extraordinaria, y sin embargo me haces estudiar todo el día!
- Vale que estamos en época de crisis, pero tío, dicen que en estos tiempos es cuando se agudiza el ingenio… ¡muy mal eh!

Así que el personaje bajo el dedo que hasta hace un instante apuntaba al cielo, recogió su mochila con apuntes y siguió andando cabizbajo.

En ese mismo instante, el escritor se levantó sigilosamente de la silla, recogió sus cosas y cerró la puerta. Tal vez escribir no fuese lo suyo y aquella interacción con su obra fue la manera de demostrárselo. El caso es que dejó su cuaderno por un tiempo y se fue a estudiar. Mientras miraba al cielo de camino a la biblioteca pensaba:- Anda que, yo tampoco pedí nacer para carecer de ingenio… pero, mejor me callo…

miércoles, 27 de mayo de 2009

La Rusa



Nunca supe pedir “un café por favor” en ruso, ni tampoco supe sonreír a los niños por la calle pero, de lo que siempre fui capaz, fue de regresar cada noche hasta casa.
Cuando el reloj marcaba las 23:00 h, mis pies accionaban un piloto automático que me hacía coger la dirección correcta hasta el piso que nos vio dormir juntos tantas noches.
Al llegar allí, tú solías estar viendo estar viendo la tele y yo, me acercaba y te abrazaba mientras besaba tus labios en señal de total complicidad.
En menos de cinco minutos, el programa que lo era todo hasta las 23:00 h, se convertía en la banda sonora de una danza cardiaca en la que, hasta el más puritano hubiera disfrutado con la imagen. Había pantalones en el suelo, móviles sonando, miradas de “estoy muy caliente”, arañazos, movimientos pecaminosos y gemidos.
Cuando todo terminaba, tú te ponías mi camisa sin nada debajo porque decías (en un mal castellano) que eso lo hacían en las películas. Yo sonreía y fumaba mientras te observaba.

Ahora que ya no estarás más en mi casa, que ya no vestirás más mis camisas grandes a veces, que ya no se oirán gemidos y la tele de fondo, me pregunto porque no habré aprendido a pedir “un café, por favor” en ruso, ni habré intentado sonreír a los niños por la calle.

Ahora, mientras mi cartera cae desde la mano al suelo y mis ojos se abren tanto más de lo que pensaba que podían, me pregunto porqué no lo hice.

Ahora, mientras usas nuestro sofá para gemir con otro, me pregunto porque no nos acostumbramos a hacerlo en la cama y así no te abría pillado “in fraganti” en el salón.

Ahora ya no necesito saber ruso ni sonreír a los mocosos para darte ese gusto, porque ya no abrazo tu cuerpo ni miro tus ojos. Solo me queda respirar hondo y montarte un número delante de tu amigo, ese que ahora te prestará sus camisas como en las pelis.

Ahora comienza el desenlace y con él, el fin de nuestra historia:

- ¡SERÁS PUTA!

- Puedo explicártelo…


Son las 22:45 h. Hoy llegué más pronto.

martes, 28 de abril de 2009

La recomendación del chef


-La recomendación del chef son alitas de pollo. Puede fiarse de su criterio o, de lo contrario fiarse del mío.-
-¿Y el suyo es…?-
El camarero miró hacia los lados y después inclinó la cabeza.
- Váyase de aquí. No tome nada. Las alitas están secas y las bebidas calientes. No se lo piense y acérquese al restaurante de enfrente. Ese si que tiene calidad y no basura como la que ofrecemos nosotros.-
- Ehh mire, ni su criterio ni el del cocinero. Póngame un sándwich mixto y una cerveza. Tengo prisa y necesito comer cuanto antes.-
Entonces el camarero cargó su puño y se propinó un golpe en la nariz.
- ¡Hijo de puta! Estoy sangrando…-
- ¡Yo, yo no he hecho nada! ¡Se pegó él solo!-
Entonces, cuando vi que la gente salía de la cocina, dispuesta a defender a su compañero de trabajo, decidí huir de aquel lugar.

En la calle había un puesto de perritos calientes (algo muy inusual en esta ciudad, se lo aseguro) y el hombre que los vendía sangraba por la nariz, al igual que lo hacía el camarero que se autolesionó.
Estaba a dos calles del lugar del suceso o eso creía. Al mirar el escaparate de un restaurante, caí en la cuenta de que era exactamente igual que el de la huída.

Perdonen que haya omitido esto antes pero, tenía que entregar mi proyecto de fin de carrera y ese era el motivo de las prisas. Ese era el motivo por el que no me importaba tomarme un sándwich reseco y una caña mal tirada. Lo peor de todo es que, al tener que salir corriendo de aquel lugar, olvidé dentro la carpeta con todo mi trabajo.
Tras una larga carrera, misteriosamente había vuelto al escenario del “crimen”. Había dado la vuelta a la manzana y de nuevo estaba allí, pero ahora, el vendedor de perritos calientes (que ya no sangraba) me hizo un gesto con la mirada como para que volviese a entrar a aquel local.
Entré en el local, claro está. Sino, que mierda de historia os estaría contando… Bueno, en realidad no entre. Entre en el de enfrente, ese que me recomendó el camarero loco. Acto seguido, os expondré el dialogo que mantuve dentro, en un presente de indicativo de lo más riguroso:

- Perdone, necesito ayuda-
- ¿Y en que podemos ayudarle? Antes de nada, le recomiendo que pruebe nuestras pechugas de pollo, están deliciosas-
-¿Qué pasa, que en esta calle solo ofertan pollo como plato especial?-
-No señor, tenemos de todo pero, nuestro competidor más directo, es decir, el bar de enfrente, hace unas alitas excelentes y, pensamos que la mejor manera de hacerles competencia sería ofertando un producto que proceda del mismo animal-
- Mire, precisamente, fue un camarero de su competencia el que me recomendó que viniese aquí pero, como dije que no, decidió pegarse un puñetazo para inculparme a mi de aquello. No entiendo nada y, lo peor de todo es que necesito volver a entrar allí para recoger unas cosas que olvidé en mi mesa. ¿Cree que correría peligro?-
-Tome, su cartera.-
- Pero, si estaba en el otro bar-

Cogí la cartera y no pregunté más. Salí de allí sin darle la espalda al camarero que, en aquel mismo instante empezó a sangrar por la nariz.

El marco era perfecto para dar cabida a una película de terror o un thriller psicológico pero, tras volver a mirar la cara del hombre que vendía perritos calientes en la calle, me di cuenta que en ninguno de los dos locales había gente. Tampoco la gente compraba comida rápida en el puesto de aquel tipo. Las calles estaban vacías.
Entonces, llegué a la conclusión de que, al no haber dejado nada de dinero en ninguno de aquellos establecimientos, estaba ayudando a que ninguno de ellos saliera adelante, a que ninguno de ellos emergiera de la gran crisis económica en la que, sin quererlo se habían visto sumergidos. Estaba ayudando, en resumidas cuentas, al estancamiento de las pequeñas empresas y yo, que no había sufrido para nada esa recesión económica, no podía entender que al sangrar la nariz de uno de ellos, sin quererlo, sangrara la de todos.
Por eso, amigos míos, es el momento de salir a la calle y gastar. Gasten!!

(Relato subvencionado por el Ministerio de Economía, o no)

martes, 31 de marzo de 2009

¡Muerte al poeta!


El poeta dijo que no volvería a hablar de amor. Cerró su cuaderno con violencia y abrió una cerveza.
Estaba harto de aquella poesía convencional a la que había dedicado la mayor parte de su tiempo. Decidió en aquel mismo momento que ya no le interesaba.
¡Qué coño ni que poeta! Poeta es una palabra manida por el mundo de los artistas sin arte y de los bohemios con alardes. Odia esa palabra.
Leer un libro que hable de un poeta le produce nauseas. Está tan jodídamente usado ese término que no encuentra originalidad en los textos que lo contienen.
Tiene miedo de haber perdido el tiempo rellenando aquellas estúpidas cuartillas. Todos los sentimientos expresados en sus cuadernos no son ni siquiera verdaderos. Son embellecedores, como los de los automóviles. Su única misión es abrir la puerta hacia un nuevo lugar, ya sea el interior de un coche o el interior de una mujer que se deje seducir por su bonito diseño (en este caso, entendamos diseño como retórica).
No bebe su cerveza con el objetivo de ahogar las penas en alcohol. La bebe porque le agrada su sabor amargo.
–Ahogar mis penas en alcohol, y encima esperar de ese acto alguna solución a mi poca creatividad. Está demasiado visto-.
Se dice a si mismo que odia a los bohemios.

Enciende un cigarrillo, no porque crea que inhalar el humo del tabaco le haga parecer más interesante, sino porque es adicto a la nicotina. Le gustaría dejarlo solo por el hecho de acabar con ese absurdo tópico.

Se está volviendo loco. Ansía sentir lo que pone es sus versos pero no puede. No puede ni volver a abrir el cuaderno de poesía porque hace un momento decidió que ya no le interesaba.

Anda por la calle encogido de frío. Mira a la gente pasar. Los mira fijamente a los ojos. No sabe el por qué de su actitud pero le divierte. Intenta descubrir que se esconde tras esas mentes abrigadas hasta los ojos.

De repente encuentra un billete de 50 euros, lo pisa, hace el gesto de abrocharse los cordones de las zapatillas y lo recoge.
Mira a la gente de nuevo mientras acelera sus pasos. Se ha olvidado de la poesía. Ha encontrado la felicidad material en la calle y eso le reconforta.

FIN

-¿A donde quieres llegar a parar con esto?- Pregunta la profesora de literatura a Felipe.

-Creo que he encontrado la belleza en un billete de papel y, no hay mayor poesía que su tacto en mis manos.-

-¿Crees que te aprobaré si sigues entregando esta mierda de redacciones?-

- Creo demasiado poco en su asignatura como para creer en sus aprobados-

- ¡Fuera de clase!-

El pasado oprime su pecho de repente, como si de una prensa se tratase. Una prensa como la que le gustaría que se usara para fabricar, algún día, millones de obras suyas.

Vuelve a mirar el billete, esta vez tras una esquina, cobijado por si apareciera su dueño.
En un segundo plano, sigue recordando su primera expulsión del aula, sin llegar a ninguna conclusión. Ahora ya no importa demasiado aquella rebeldía juvenil. Ahora solo importa el dinero y la poesía.
Vuelve a enamorarse de los versos y reitera su amor por el dinero una y otra vez. El endecasílabo que una vez consiguió convertirse en premio, le recuerda que, poesía, llevada al plano de concurso literario, puede ser igual a dinero, por eso la ama, porque es su única manera de materializar un arte tan inservible en algo tan útil.
Odia la poesía más que nada en el mundo y, mientras lo hace, vuelve a escribir en su cuaderno versos y versos repletos de enemistad hacía el soporte que lo devuelve a la vida, que le hace regresar al mundo de lo abstracto, que le apea a medio camino entre el agrio sabor de la reflexión y el arduo reflejo de la frustración.

-Amor y odio se entrecruzan en mi camino. Soy un idiota. Esto es lo que he sacado de provecho en una tarde. He bebido cuatro cafés, fumado innumerables cigarros y esta mierda es la que he sacado en claro. Decididamente dejo la escritura. Probaré con otra cosa, no se, tal vez la caligrafía, ya que carezco de creatividad, por lo menos que mi letra sea bonita.-

El poeta dijo que no volvería a hablar de amor. Cerró su cuaderno con violencia y abrió una cerveza. Actuó como si aquella tarde no hubiese existido y quemó el folio en el que había escrito semejantes tonterías.
Paga la cuenta de los cafés e intenta distinguir entre realidad y ficción. Observa que ambas, cuando proceden de él mismo, carecen de interés.
Termina la cerveza de un trago. Corre hasta su casa. Llena la bañera hasta arriba. Saca una cuchilla de afeitar. Se mete desnudo en el agua caliente con el arma de la mano y, cuando concede al narrador una oportunidad para salvar el texto con una muerte, algo bastante más interesante que resto de la historia, lo mira desde su posición de personaje principal y, con una sonrisa maligna, comienza a afeitarse dentro de la ducha.
Entonces es el narrador el que deja de escribir y cierra el cuaderno y abre una cerveza y tira todo por la borda y se cabrea y piensa en que la historia no vale para nada y se va a clase para sentir que por lo menos, ha hecho algo de provecho.

lunes, 23 de marzo de 2009

El café de las delicias


Rememorando unas palabras de Goethe: “Si quieres conocer a alguien, debes ir a su casa”.
No es por ser del todo “maniqueísta” pero, la vida puede ser bonita y puede ser fea. También puede ser interesante y aburrida. No olvidemos que puede carecer de acción y puede ser del todo activa.
Ahora, cuando reviso mi cuaderno de notas, “denoto” cierta vacuidad en todas mis “anotaciones”. Páginas y páginas repletas de pensamientos sin “chicha”, una buena manera de rellenar celulosa para luego, leerla tiempo después y demostrarme que, aunque el maniqueísmo forme parte de mi punto de vista (algo característico de una personalidad débil), encuentro interesante esa manera de no dogmatizar ninguna opinión, por muy propias que sean.
Respecto al asunto de los cuadernos, creo necesaria la imperiosa actividad creativa que nos asiste a todos los que formamos parte del gremio del maniqueo vital.
Escribir y escribir, pensar y pensar sin un objetivo aparente. El fruto de la indecisión es esa dicotomía, la propia indecisión, la purga de reflexiones vacías con ánimo de creatividad frustrada.
-Ernest Bluesky, su café-
Me encanta dar nombres falsos cuando voy al Starbucks, es divertido llamarse Ernest, Arquímedes o El castigador, por un momento. Es una actividad que ya está más que instaurada en estos establecimientos. La gente crea un pseudónimo para que, al recoger su pedido, se sienta por un momento el centro de atención.
Agarro el vaso y vuelvo a mi asiento. Doy un sorbo del brebaje “cafeínico” y coloco mis dedos en la posición de: meñique en la letra A, anular en la S, etc., hasta terminar con el otro meñique en la Ñ.
No comprendo por qué venimos a este lugar a escribir, más bien creo que venimos a exhibir nuestros portátiles Mac y a integrarnos dentro de esta familia de mamíferos que ha cambiado su pluma por una computadora con mucha clase.
Ahora entiendo. A mi alrededor hay 7 personas que como yo, beben café y miran atentos sus pantallas. La creatividad es un café más caro de lo normal y un teclado más plano de lo habitual.
No conozco a ningún escritor que haya cursado clases en la facultad del absurdo empaque y luego haya vendido novelas que rezumen creatividad. No conozco la razón por la que dejé de lado mi mesa de escritorio con mi café casero, para trasladarme a este antro de perversión estilosa. Aquí no hay más que buenos asientos y sentimientos de superioridad. Me gusta.
Creo que Goethe tenía razón hasta cierto punto y creo, que venir a esta cafetería es algo más interesante que visitar la casa de todos estos pobres desdichados (entre los que me incluyo).
Creo que no estoy seguro de creer algo con seguridad, por eso, cuando el camarero me entregó mi café, le respondí absurdamente que en realidad no me llamo Ernest Bluesky, sino otro nombre, y es cierto, ni siquiera fui capaz de decirle mi nombre de pila porque, ni siquiera creo que esa sea la palabra con la que me sienta más identificado cuando alguien me nombra.
Ni siquiera estoy seguro de que Goethe dijera esas palabras y de que las mismas guarden relación con todo lo que escribo mientras que me tomo mi café Starbucks.
¡Ni siquiera traje dinero para pagar la cuenta!
Apago el portátil y lo meto en la bolsa. Doy el último sorbo y empiezo a sudar frías gotas. Bajo las escaleras y me acerco a la puerta con un disimulo tan falso que solo le falta silbidos. En el momento que agarro el pomo, dispuesto a dejar la cuenta pendiente, una mano me toca el hombro. Se me erizan los pelos de la espalda.
-Señor Buesky, se olvida su café-Dice agarrando el vaso.
Es guapa y sabe que no pagué. Hace un gesto con la mano que me dice: “no te preocupes, invito yo”.
Salgo a la calle. Una cámara graba un picado que va girando velozmente, otorgando a la escena una seña de locura.
En vez de agradecerla el pago de mi deuda, sonrío tímidamente y salgo disparado calle arriba. La muchedumbre que inunda la ciudad hacen de barricada pero, mi fiadora consigue alcanzarme y me invita a su casa. No tengo la necesidad de conocerla pero, aun así voy.
Llegamos.Cuando creo que vamos a acostarnos y devolverle de una manera carnal la deuda del café, ella me enseña una foto de su hija muerta y me acuchilla sin pudor alguno. Sangro por dentro pero no tengo heridas externas. La cámara vuelve a girar sobre su cabeza y, cuando quiere darse cuenta, el señor Bluesky ya no narra su historia y se encuentra tirado en el suelo, mordiendo los labios de la fiadora.
No conocía el significado del la palabra elección, así que su “maniqueísmo” le impidió conocer algo de aquella mujer.
Eligió poder tomarse un café y ni siquiera llevó dinero para pagarlo porque como lsdfjoadsfij dsofisdfj BUUUUM!!!
Ahora nada sirve. Ahora todo vale. El perro se comió las brasas de la hoguera.
La cámara mira atenta la escena del polvo y culmina su exposición con un difuminado a negro que da paso a unos créditos que poco tienen que ver con los que pagó la chica por el café.
Ahora, todo se basa en la elección del señor Bluesky y en la locura del desenlace final. Ahora ya no valen los portátiles ultraplanos y los cafés de 3 euros. Ahora solo están los gemidos y las deudas pagadas más que de sobra.

lunes, 2 de marzo de 2009

Abulia o Domingo


Desmontemos una historia. Hoy he vivido.
Vivir, de una manera o de otra, eso no importa. Lo importante es que he vivido.

Esta es una buena forma de sacarle jugo a una jornada insustancial.
El hombre sentado ante el espejo, rezuma aburrimiento por los cuatro costados.
Es difícil sentirse protagonista de una vida que se resume en despertarse, alimentarse, trabajar y ver la televisión.
Analiza su existencia desde una óptica pesimista, que es la que lleva utilizando desde hace varios años.
Tal vez, el hecho de que sea domingo, le ayude a alimentar su pesadumbre con reflexiones de ese estilo. Es normal, a todos nos gusta autoflagelarnos llegado el momento de la autoflagelación.
Ayer salí de fiesta y hoy no me puedo ni mover. Veo el mundo como un sofá junto a una mesa vacía en la que se encuentra la razón de mi existencia.
Ahora que sabemos cuales son sus síntomas, podemos adivinar que la razón de su sinrazón se debe al llamado síndrome postfiesta, muy común en los días de domingo.
Qué hacer, ¿salgo a la calle? ¿leo un libro? ¿molesto a algún amigo con planes que no me interesan?
Comienza a rayar la lista de posibilidades, sin encontrar ninguna que llene el vacío en el que se encuentra.
Si lo peor de todo es que hace un buen día.
Quiere salir a la calle pero no se ve con fuerzas para decantarse por esa opción.
Llegados a este punto, lo mejor (que en verdad es lo peor) es quedarse tumbado en el sofá y esperar a que mañana sea otro día.

El hombre que pasea al perro, fija su mirada en el tercer balcón del cuarto piso de la calle XXXXXXX. Mientras siente los tirones de la correa de su cánido, piensa en la perfecta localización de aquel balcón. Cercano a todos los sitios. Al centro, al parque, buenas vistas, muy completo vamos.
Se pregunta quien vivirá allí.
El perro para y orina junto a un árbol. El reguero que deja en el alcorque es largo y amarillo.
Hace una tarde soleada. Se está bien en la calle. Si no fuera por el chucho, no hubiera salido a pasear mi resaca, pero mereció la pena.

El hombre sentado ante el espejo, sale al balcón a fumar un cigarro. Observa por un momento como un perro que acaba de mear tira de su dueño. Analiza la situación y le parece que tener perro es una buena forma de matar el tiempo.
Exhala el humo del tabaco y aplasta el pitillo contra el cenicero.


Aquí acaba una historia mundana, corriente y… de lo insustancial que parece, me falta un adjetivo para redondear la frase.
Juzguen ustedes mismos el poder de las circunstancias y, si llegados a un punto, “yo soy yo y mi circunstancia” ¿porque ansiamos tener las de los demás? o lo que es más correcto, ¿porque los domingos son tan fatales?

domingo, 8 de febrero de 2009

Autoayuda casera


Dicen que mi poesía no es para nada convencional.


Te amo y odio tu asqueroso pelo.
Recuérdame cuando acabes de follarte a ese calvo de mierda.
Recuerda que no soy yo el que acaricia tu cuerpo tras aquella penetración.
Te amo. No estoy seguro.


Aplausos. Las gradas del anfiteatro rezuman entusiasmo. Es por mí. Soy el farsante de la poesía poco convencional y, pese a ello, lleno localidades de gente que suplica una y otra vez que las palabras salgan de mi boca.


Déjame vivir: desconecta la máquina que me une al sufrimiento.
Apaga esta muerte en vida. Déjame vivir en otro lado.
Por cierto, ¿habrá un más allá?
Que os jodan

Más aplausos. El público en pie. ¿Realmente seré bueno? No, creo que son gilipollas.
Ejem. Aclaro mi garganta y prosigo con algo de improvisación.

¿Oh todopoderoso yo, que tanto bien he traído a mis bolsillos!
Hoy compongo versos con estrofas en descomposición
y aún así me pagas con la misma tarifa del todo desorbitada


Más aplausos. No paran. La gente está fuera de si.

¿Que he de hacer?

Cojo el atril que sostiene los poemas y lo parto en dos a base de golpes contra el suelo del escenario.
El público palidece pero no de susto. Realmente les gustan mis falacias.

Eructo y aún así me aplauden.

¡Sois una panda de gilipollas! ¡Me dejarías defecar en vuestros coches y aún así aplaudirías mis actos!

Siguen aplaudiendo. No paran. Creo que voy a vomitar (y si lo hago no será por darles el gusto)

Ya está. Me siento Dios. Cojo carrerilla y me dispongo a lanzarme sobre ellos como en un concierto.
Un paso
Otro paso
Salto… ¡Dios mío! ¡Estoy volando!

Aquí comienza todo. Mañana me dedicaré al arte. Cagaré en botes como aquel tipo, llenaré de brochazos un lienzo y partiré los esquemas de la música a base de ruídos ensordecedores.

-Hijo, ¿estas bien?-

-Si mamá, es que a veces se me va el santo al cielo.-

Apago la tele y enciendo mi cerebro. No es bueno ver realities, te hacen pensar que todo el mundo puede conseguir el éxito. Tampoco debería seguir leyendo libros de autoayuda. Creo que me sobra autoestima.

jueves, 29 de enero de 2009

Un paseo por lo trascendental


Despreocupados y tiernos. Así son los niños de este barrio. Una panda de maleantes sin oficio ni beneficio que, pese a no ser productivos laboralmente hablando, tampoco engrosan las listas policiales.
Paseaba yo, una aciaga tarde de domingo por el parque próximo a la escuela primaria Benito Pérez Galdós, cuando mis oídos guiaron a mi vista hacia una peculiar escena.
Una clase llena de niños. Sin profesor. Un domingo. No hay alboroto. Todos están sentados en sus pupitres y parecen atender interesados a las explicaciones de un joven orador.
Un fuerte olor llegó a mi nariz. Eran mis propias entrañas que comenzaban a descomponerse de curiosidad. No tuve más remedio que acercarme hasta ellos y, escondido bajo la ventana de la clase, averiguar que se cocía allí dentro.
Varias preguntas surgieron en mi cabeza: ¿Qué hacen unos niños atendiendo a una explicación impartida por otro imberbe como ellos? ¿Por qué están un domingo dentro de la escuela? ¿Habrá algún profesor con ellos? Si en verdad están solos, ¿por qué soy el primero en darme cuenta de esta situación?
La respuesta me fue respondida al instante cuando vislumbre el póster de una modelo desnuda a tamaño natural. Clases de anatomía básica con póster explicativo.
Entonces, sonreí. Aparté la vista del cristal y dejé que los niños siguieran absortos en aquella clase magistral.

Mientras retomaba mi andadura hacía ningún lugar en concreto, comencé a recordar retazos de mi infancia y del descubrimiento de lo prohibido, ya sea a través de revistas, posters o conversaciones con amigos.
Qué tiempos aquellos en los que uno no era más que un ser despreocupado. Ahora, mi trabajo como fiscal no me permite muchos momentos de ocio y parezco haber perdido el toque de simpatía que caracterizó mi personalidad durante la juventud.
Aquella reflexión tambaleó por un momento mi conciencia como si de un disparo al aire se tratara. ¿He dicho un disparo?
No era mi conciencia. Eran disparos. Rápidamente me agache e intenté cobijarme tras un contenedor de basura.
¿De dónde procedían aquellos proyectiles?

-Nunca lo supe San Pedro. Y ahora solo espero que me deje pasar y tal vez eternizarme aquí en el cielo, junto a las grandes figuras de la historia.-

-No se si lo mereces hijo. Rellena este formulario y ve a que te lo sellen a la taquilla de supuestos nominados al Edén-

-¿Nominados? Y si no me dejan pasar, ¿iré al infierno?-

- Mmm, nosotros preferimos llamarlo “La Segunda Estancia”, hijo. Los eufemismos también han llegado hasta las tierras del Altísimo, como puedes observar.-

San Pedro apartó la vista de mi cara y la puso sobre un libro: “La sombra del viento”. Yo, cabizbajo me dirigí hasta la taquilla pensando en qué me depararía el resto de la eternidad.

Para un paseo que doy, acabo muerto.

-Hijo, hijo- San Pedro me hizo un gesto con la mano para que me acercara. El corazón me latía fuerte en el pecho, iba a entrar en el cielo por fin.


Entonces desperté en el Hospital y esto es todo lo que recuerdo. Mañana seguiremos con la explicación sobre el Tema 7: Los derechos reales. Las servidumbres de paso.

Salí de la clase y tomé aliento. Los alumnos miraban atónitos mi salida del aula.
Qué tiempos aquellos en los que era un ser despreocupado.
Al menos este escarceo con el más allá me ha hecho comprender una cosa: Los tópicos son ciertos, hasta los que hablan del cielo… Tal vez debería leerme “La sombra del viento”…