Música

martes, 23 de febrero de 2010

La Pequeña Taberna


He sido partícipe de una situación extraordinaria. Bueno, no solamente yo. Ella también lo fue y su presencia hizo más extraordinaria la situación. Nos convertimos en testigos y además fuimos personajes de aquel pintoresco momento.
Si fuese un conocedor del arte, bien podría asimilar esta historia con un cuadro de Toulouse Lautrec o algún otro de sus contemporáneos pero, como ni lo soy ni pienso documentarme ahora, me limitaré a narraros los hechos a mi manera, que esa, inherente, es la única herramienta que puedo utilizar.

La noche era fría en Burdeos y San Valentín comenzaba a alzar el vuelo ayudado de las alas de su brazo derecho, el andrógino Cupido (o lo que es lo mismo: eran las once y pico y en breve daría fin el día de los enamorados, vaya).
Las inclemencias del tiempo y las ganas de estirar un poco más la celebración, nos llevaron a buscar unas sillas donde acomodar nuestras congeladas nalgas y calentarlas a base de café “au lait”.
La música, al igual que al griego Ulises el canto de las sirenas, dirigió nuestros pies hasta un pub, el cuál no diré su nombre real, pero que llamaré: “La pequeña taberna”.
Como ya relevé, no soy ni artista ni aficionado al arte, así que no me queda otra que tomarme una licencia y dibujaros un boceto amateur del lugar de los hechos, que ese y no otro es el motivo de todo esto.

Reiterándome de nuevo, nos encontrábamos en una cafetería. Al frente observábamos una barra de bar larga, llena de botellas, cuadros y una máquina de café.
A la izquierda, una abertura en el muro blanco, daba paso a un pequeño pasillo que desembocaba en lo que suponíamos sería el restaurante.
A nuestra espalda, unos espejos enormes cubrían la pared hasta la mitad y en ellos, estaban escritos los precios de las consumiciones.
A nuestra derecha, un minúsculo escenario.
Todo el centro se encontraba abarrotado de sillas y mesas, y nosotros, ocupábamos una de las más cercanas a los espejos. Para dar fin al moviliario, lo decoraremos con rosa y verde claro, que era el color de sus paredes.

Ya tenemos el contenedor, ahora, llenemos de contenido.

En la barra, dos camareras. Frente a ellas, un joven francés con camiseta de marinero y cazadora de cuero marrón. Parece tan joven que dedujimos que la mayoría de edad le sentaba de estreno. A su alrededor, extras. Gente anónima, relleno necesario para hacer social el evento.
Giramos la mirada a la derecha y encontramos que, al fondo, junto a la entrada, el jefe, entrado en años, lucha contra el tiempo. Podemos deducirlo de su modo de vestir y su forma de mirar a una de las camareras. Habla con ella con cara de autoridad. Parece ligar ayudado de su madurez y la clase que cree, le da su estatus de propietario. Imaginaos un desarrollo a esta historia, que dejo colgada porque, como ya avisé, no es ese hoy mi motivo, sino el de describiros la escena.

Ahora un poco de música. Justo, al lado de la efervescente relación laboral, se encontraba el “Niño de Burdeos”, cantaor flamenco emigrante en Francia por razones que desconocemos, acompañado de los acordes de su inseparable amigo galo, “La fruit de mar” de Angoulême. Ambos, autores del sonido andaluz que nos envolvía e importadores del mismo, a las tierras francófonas.
A nuestra izquierda, los amantes del flamenco. Cuatro jóvenes con pintas de grupo indie francés, miraban absortos al escenario, mientras ayudaban con palmas muy bien coordinadas al desarrollo de la actuación. Eran habituales de “La pequeña taberna”. La visitaban semanalmente, a la espera de ser llamados por la diosa inspiración y poder conseguir su fama con el sonido independiente de la bulería-rock francesa.

Ahora, doy paso al boceto de la mesa final, la mesa frente a nosotros dos, la mesa que transformaba aquel momento en la escena que uno recuerda en su memoria y hace que un café se edulcore sin necesidad de azúcar. Algo tan empalagoso que escrito no comunicará todo lo que visualmente percibimos aquella noche.

Seis era el número que rellenaba la mesa, pero la mitad de ellos eras suplentes, por lo que los apartaremos de nuestra descripción. Ahora el resto:
El primero, un hombre mayor que bien podría pegar en una paisaje tipo playa de Benidorm o Mallorca en agosto, y con esto no hace falta que añada más a la descripción de sus rasgos. Bailaba a un ritmo inferior que el que dictaba la música, debido al zumo que dota al sur de Francia de su reconocimiento. Se acercaba a una joven muy delgada y muy coloradamente maquillada y era ella el motivo el segundo motivo de su agitación. La veinte añera tenía un cabello largo y liso que rozaba la frontera entre el rojo y el naranja, y su piel lechosa reforzaba más esa viveza de colores. Vestía una falda corta que le llegaba hasta más allá de la cintura y una camisa escotada. Reía y reía y no paraba de beber.
El tercer hombre era de lo más peculiar. Bajo una americana marrón, dejaba entrever una camisa y un chaleco de rombos, ambos rosas. Su media melena recordaba a un Frederic Beigbeder moreno y con barba, muy francés, y muy borracho.
No llegaría al medio siglo por falta de diez años y en su danza arrítmica gritaba al mundo que, pese a su edad, seguía careciendo de vergüenza.
La joven, el viejo y el bohemio, hacían las veces de bufones y enanos en las cortes reales y los demás disfrutábamos con sus bailes, abrazos, gritos de ¡ole!, ¡ole! y besos cercanos a los labios, requiebros de chaqueta al más puro estilo Manolete y taconeos arrítmicos y más vino en sus copas y frases en la oreja de la chica y la chica se ríe y ella que atiende a la escena interesadísima me da un codazo que significa: ¡Pero miralá! y yo, que la respondo con los ojos como platos afirmando con la cabeza la cabellera pelirroja giratoria y último sorbo al café y aplausos y saludo del maestro cantaor.

Para remate final, el bohemio enseñaba un roto en sus vaqueros que dejaba ver la nalga derecha. Una visión no apta para el día de San Valentín.

-Para mi que la pelirroja era puta seguro. Me dijo ella cuando abandonamos el local.
-Pues no se si la pagarán, pero esta noche les da una alegría a esos dos… te lo digo yo.