Música

viernes, 11 de junio de 2010

Aparición criminal


Este el castigo por toda mi palabrería.
Desde la muerte del rey del pop sólo se escuchaban alabanzas hacia el dios del guante de incrustaciones preciosas. Incluso los que desconocían de su existencia (que los había) y muchos de sus mayores detractores (carezco de estadísticas, pero me jugaría el cuello), se inscribieron en el censo de afectados por su muerte y engrosaron las infinitas filas de seguidores y fans que le guardaban luto.
Si, hablo de Michael Jackson, ahora que la moda ha cesado un poco en los medios, ahora que hemos compartido un pequeño momento de intimidad.

La otra noche, mientras escuchaba música en el cuarto, oscuro, esperando a que me venciera el sueño: ‘Esta no, aburrida, Sabina otra vez…, esta no, coñazo, demasiado heavy, no se me la letra…, bueno, la siguiente la dejo, sea cual sea.’ En esa tesitura me encontraba yo, no sabiendo que banda sonora escoger para que me meciera cual nana hasta el reino de los sueños, cuando oigo unos latidos que casaban perfectamente con el momento de horizontalidad en el que me encontraba. Problema: los latidos venían seguidos de un grito agudo y una melodía bailona. La hubiese pasado si no fuera porque me prometí escuchar la siguiente canción que saliese. Michael apareció en mis oídos y mi criterio no pudo descartarlo. “Smooth Criminal” o el criminal suavecito, me hizo volver a reflexionar detenidamente (en el estado de duermevela uno analiza las cosas de otra manera, las ideas fluyen rápido) sobre la fugacidad de la vida, la importancia de la muerte para el crecimiento de los mitos y el fenómeno fans de Michael(que no digo yo que no sea merecido, no quiero enemistarme con nadie) que tanto llegó a saturarme.

La cosa es que en el momento en el que Jackson dice aquello de: ‘Annie are you ok?’ para asombro y acojone del presente (osease yo), en vez de la tal Ana, el tipo, desde donde quiera que se encuentre, se dirige al que suscribe, haciéndome sentir protagonista de un especial mil programas de Cuarto Milenio.

¿Por qué fui el elegido por Michael y para qué querría conocer mi estado de ánimo?
‘¿Por qué te interesas por mi, tío?’ ‘¡Con la de seguidores que tienes! ¿Por qué te acercas al que no le importas?’ ‘Pero si hasta soy mayor de edad, ¡¿Qué quieres de mi?!’ (En la intimidad de la alcoba, uno no repara en qué es y qué no es políticamente correcto).

Rebobiné la canción y Annie volvió a ser el centro de sus preguntas, así que decidí no prestar atención a mis paranoias y echar toda la culpa a la pastilla de la alergia que me atonta y disminuye mi atención.
Esperé un rato hasta que caí dormido cual bebé, el rato justo para escuchar la tonada, mientras los dedos de mis pies se movían al son de la pegadiza canción, mi mente se reponía del susto y se borraban todo los miedos de mi cabeza.
No digo que tras la aparición (no se si estaba allí, como apunté, todo estaba oscuro) estemos más unidos y tampoco digo que me vaya a inscribir en el club de fans que tiene el tipo en mi ciudad, a lo más me rascaré las partes nobles cuando se me descoloque el calzón, como solía hacer el amigo, a modo de homenaje, ya sabéis.

Aprendí una lección de todo esto y es que la crítica fácil, la barata, esa que se nos cae de la boca con solo abrirla, puede ser dañina y no gusta a nadie. Por eso, queridos amigos, hay que aprender a respetar al prójimo, ya que sólo así, nos convertiremos en ciudadanos venerables y buenas personas.

Por cierto, ¡menuda mierda la canción de Eurovisión de esta año!, ¿no os parece? Ahí todos vestidos de payasos que parecían gilipollas y el único con pelo de bufón natural, me llevaba un trajecito…lo dicho, un saludo y a cuidarse.

domingo, 30 de mayo de 2010

Suspenso


‘Muy bien, puede marcharse’.

Ese es el reconocimiento por un mes de estudio. Una felicitación sin recompensa. Un suspenso sin trago de agua ya que, mientras caía en cada pregunta, la jarra de la mesa ni siquiera me ofrecía un mínimo de su contenido transparente.

Una jarra, decenas de vasos de plástico y allí, todos apilados, uno sobre otro esperando a que alguien preguntase si podía usarlos llegara, seguían siendo testigos inertes de aquel desguace estudiantil. Así que, tras oír las últimas palabras de aquel tipo, me levanté, recogí mis sesos esparcidos en forma de apuntes junto al pupitre y me fui.

Para remontarse a esto hay que viajar en el tiempo, retroceder al pasado y escuchar la voz interior que en aquel extraño momento de mi vida, me animó a elegir mi propia condena.

Para eso hay que redescubrir septiembre de 2009.

Yo era un joven iluso, conocedor del heroísmo solo gracias al comic que siempre odié y a las fabulosas historias de personas que cumplen sus objetivos, por arduos que estos sean. Yo era, simple carnaza de la que hace posible el sueño que otros con más cojones y más constancia llegaron a conseguir. Era el 100% necesario del que hay que partir para llegar al bajo porcentaje de ganadores. Era el montón de corredores que se necesitan para que la carrera la gane el etíope y su victoria tenga sentido. Era necesario para la sociedad, pero desde otra perspectiva. Antes no sabía eso, pensaba que tenía un boleto para la victoria, en vez de saber que mi papel era del de “sigue buscando, hay miles de premios”.

Recuerdo la llamada de mi padre preguntando por la segunda factura de la matrícula y el por qué de que este año se duplicara. ‘He de intentarlo, si quiero acabar, debo matricularme de todas’.

No sabía a que me enfrentaba ni sabía el sabor de la derrota, que solo llegó al final de toda una serie de baratas victorias conseguidas gracias a mi estatus como estudiante de intercambio.

No sabia que mi vida era tan parecida a la de Taylor Durden, hasta que comenzó a sonar “Where is my mind”, los edificios se desplomaron, Norton le dijo a Marla que le había conocido en un momento extraño de su vida y que mientras todo eso pasaba, las neuronas responsables de la asimilación de suspensos decodificaron lo que había pasado esa mañana.

‘Muy bien, puede marcharse’.

El caso es que salí de aquel aula sin ninguna sensación. Poco más tarde se oyó la voz de un hombre que se alzaba para decir: ‘¡A ver si alguien es capaz de explicarme lo que son los bienes gananciales de una vez!’.

Fue el momento en el que supe que algo mal había hecho y que fui yo el que tachó tantas casillas el septiembre anterior, y que aquella voz que resonaba en el pasillo no era la de él sino la mía, la de un personaje que mi mente había inventado y que al final, cuando se despidió de mi, lo hizo con ‘¡A ver si alguien es capaz de explicarme lo que son los bienes gananciales de una vez!’. Ese fue mi Taylor interior.

Es gracioso que conocer y asimilar no se diesen en el mismo instante.

Ahora que he bebido agua y no he tenido que pedírsela a nadie porque estoy en mi casa, asimilo lo que conocí hace ocho horas y diecisiete minutos.

Trago e imagino otro final, uno en el que yo saliese de allí con un aprobado, que comenzase a saltar y a hacer llamadas para comunicar la buena nueva. Intento imaginar que mi Taylor interior me hubiese sacado de aquel embrollo y su voz no fuese aquella que sentenciaba una condena sino la de que declarase mi libertad.

Entonces paro la peli al final y me quedo en la escena de la pistola. Ahí estoy yo, solo tengo que dejar de apuntarme para salir victorioso de aquel asunto. Tal vez no tenga que pegarme un tiro para acabar con ese Taylor problemático y provocador de suspensos. Tal vez con que vuelva a ese momento y beba agua todo se solucione y no tenga que oír: ‘¡A ver si alguien es capaz de explicarme lo que son los bienes gananciales de una vez!’.

Así que me siento, retrocedo y aparezco de nuevo en la sala, frente al jurado examinador con una jarra de agua, una pila de vasos de plástico y una pregunta en la recámara: ‘¿Puedo beber un poco?’.

Él me mira, estira la mano y empuja la jarra hacia mi: ‘Sirvase…’.

Lo he conseguido, solo necesito aclarar mi garganta para demostrarle que se lo que son los bienes gananciales y acabar con todo esto. Demostrar a Taylor que si aquella vez se apareció cuando tuve que marcar tantas casillas, era por que podía hacerlo y que su voz no se alzaría jamás para darme malas noticias.

En ese momento, como si estuviese leyendo mi propio destino descubro, renglones más arriba que él ‘Sirvase’ emitido por aquel tipo, no era un sírvase solo, sino que iba seguido de tres putos puntitos que significan que algo le acompaña.

‘Sirvase… total, ya que no va a aprobar, por lo menos beba agua. Después de lo que acaba de escribirnos, sabemos que no pudo acabar con Taylor y que mi voz seguirá siendo reflejo de él mismo. Ese hombre que amaría ser, se la está jugando ahora’.

Vuelvo a la peli, Norton sangra por la oreja y de la mano de Marla disfruta de aquel desolador paisaje, suenan los Pixies, aparecen los créditos, sonrío en señal de absoluto disfrute, me tumbo con la mirada en el techo y me digo que queda un mes para intentarlo de nuevo. Total, ‘Taylor no estará la próxima vez, entre otras cosas porque Brad Pitt no pinta nada en mi facultad y no creo que con la liada esa que tiene entre sus chiquillos y su mujerón, venga para darme por culo con todo el tema del agua y el vasito’.

martes, 4 de mayo de 2010

Kalpa

Me desperté, los pies pisaron el suelo y luego elevé el tronco hasta la vertical. Cuando miré la cama de nuevo, ya estaba hecha. Hecha, además, como nunca. Ni siquiera estaba la dichosa arruga que deja siempre la sábana de abajo y que atraviesa la diagonal.
Esa fue la pista que esclareció mi inocencia en aquel tan buen trabajo, tan tan bueno, que no podía ser obra de mis destartalados movimientos. Además, era imposible mi contribución en aquella obra de arte. O eso, o un alzehimer prematuro se había apoderado de mi cerebro.
Decidí dejarlo así. No pensaría más en aquello y punto.- ¡Ese trabajo que me ahorro, mira!

Resumiendo: Ropa y deportivas, café y magdalena con trozos de chocolate, llaves, cartera, móvil, está todo, cierro y no me fío así que vuelvo a mirar, salgo a la calle y hace Sol, como no me fío de que cerré bien vuelvo para asegurarme. De nuevo en la calle y llueve.
- ¿Cómo puede llover tan claro?, pensé. Una frase absurda para los que ven perfectamente, pero a la vez con tanto sentido para el colectivo de los gafotas. Toco mi cara buscando cristales y montura y descubro que solo hay ojos sin ningún otro suplemento, así que me acojono porque no tengo lentillas y veo perfectamente.
Ahora si que me late el corazón a mil por hora. Lo de antes no fue nada comparado con esto. En vez de alegrarme como haría el ciego de la Biblia o los del anuncio de Corporación Visioestética, mi corazón se acelera que te cagas. La cama, los ojos. No sé por qué pero tengo el periódico bajo el brazo y nunca lo compro. Hoy no ha sido una excepción. Lo he resumido pero ¡se entiende que acabo de salir de casa, joder!
“El Atleti a la final” dice el titular. ¡Encima un periódico deportivo! Eso si que no es fruto del menda y encima el Atleti a la final… Mira, esto es muy raro, yo no sé que hacer, además ha parado de llover. No hace ni un minuto que salí de casa y ya está el cielo despejado. A lo mejor hoy el mundo está de mi parte, no sé. – Esto es lo típico que te cuentan y no te crees, pienso en voz alta sin pararme a pensar que de típico no tiene nada.
Cuando giro la esquina me preguntan: - Perdona, ¿tienes hora? y, ¡allí estaba ella! No llevo el reloj puesto (raro) y me agarra la muñeca con su mano de uñas moradas recién pintadas. Hace eónes que no nos vemos y cuando me acerco para besarla, tira de mí girando de nuevo la esquina y convirtiendo la calle de siempre en un paseo marítimo de los que molan, no el de Benidorm.

-¿Por qué no me dijiste que venías? ¿Creí que no te vería hasta agosto?
- Shhhh.

Vuelve a tirar de mi mano y vamos corriendo, cosa harto difícil con chanclas… Ah, que ahora llevo chanclas, claro, si estoy pisando la arena de la playa, es normal, vestuario adecuado, pero, - Noooooo, ¡bañador de slip! El mundo no está tan de mi lado.

Ya en el mar, nos lanzamos agua con las manos a lo anuncio de champú y ahí es cuando vuelvo a mi cama, me despierto, los pies pisan el suelo, elevo el tronco hasta la vertical y dejo la cama sin hacer, salgo a la calle y me doy cuenta que hace ya casi un año que los Weeks grabaron “Kalpa” así que decido escucharla cuando salga a la calle y llueve y las gafas se empañan y no hay periódico y no me esperan al girar la esquina y me suena realmente bien.

lunes, 29 de marzo de 2010

Una realidad


Hoy he vuelto a la biblioteca. He cambiado mi lugar habitual para probar de nuevo el silencio, o el falso silencio de las personas.
A veces es más interesante este mundo que el de la barra y el asiento elevado a lo cómico de monólogos.

En la biblioteca, adopto una posición que me mimetice con el resto y, pese a mi edad, paso desapercibido (o eso quiero creer).
Cojo un libro al azar: Medieval and early renaissance medicine. No me interesa en absoluto pero, es lo que tiene ir mirando al resto mientras elijo mi “material de estudio”.
Me he sentado en una esquina junto a la ventana, lo que me concede el ángulo perfecto para poder espiar a mi alrededor.
Parece no ser época de exámenes ya que no veo esas caras de agobio que solía recordar de mis visitas anteriores. Da igual la biblioteca, no importa que sea esta o aquella, en este país o en el otro, siempre están las mismas expresiones en sus caras, los mismos gestos, el mismo ambiente cargado.

Focalizo mi objetivo. Está a dos mesas de mi. Aparto la mirada un instante y veo un revuelo de estúpidas universitarias que persiguen a una colega con carpeta verde. Otra historia de tantas, pienso. Otro mundo por descubrir.
Vuelvo a mi asunto que ahora está leyendo unos folios. Se tapa la boca con la mano mientras mordisquea sus uñas. Me recuerda a la frescura de la juventud, al sabor de la piel y al descubrimiento de un mundo teórico escrito a mano en unos caóticos apuntes; tan teórico, que no asimilas que pueda tener una realidad paralela y, tan caótico, que esperas ingenuamente que se ordene con el paso del tiempo.

De repente, un sabor a bilis borra todo recuerdo joven de mi paladar e inunda mi garganta. Pongo mis manos en la boca parapetando el aluvión que lucha por salir de ella y corro hacia la puerta, directo al baño más cercano.
Un flash me hace pensar un instante en la situación. Hace 6 días que no me ducho y mis canas se pierden entre mi pelo, amarillo pálido (que no rubio). Mi aspecto no es de un vagabundo de manual, sino más bien el de esos que al verlos, intuyes que algo les pasa. Es una pena que el pelo me delate tan rápidamente; está seco, peinado de tal forma que su propia grasa lo moldea de una manera que, pese a mi precaria descripción, lo detectarías de un simple vistazo.
No encuentro el baño pero la salida está cerca. Creo que mi cuerpo ha debido avergonzarse antes que mi mente, ya que quiere que devuelva a la universidad, todo aquello que tragué para nada. Todos aquellos apuntes, todas aquellas horas de examen, todos aquellos agobios sobre mi futuro para nada. Para nada valió todo ese esfuerzo, todos aquellos objetivos ahora truncados.
Ni siquiera la que se mordisqueaba las uñas mientras leía sus apuntes, consiguió retener mi atención. Yo que me creí capaz de todo, ahora solo puedo arrastrar mi mochila roída, de cajero en cajero, esperando poder descansar por unas horas, sin sentir la presencia de aquellos que violen lo que me queda de intimidad.

Ahora estoy en la puerta de la biblioteca, escupiendo la amargura que me queda en la boca y respirando entrecortadamente. Ahora que me recupero del asco, que olvido a la chica sin rostro que utilicé como lienzo de mis recuerdos, rompo a llorar. Se que he renacido, he muerto y he vuelto de una manera indeseada. Todo lo que soñé se esfumó hace tiempo y por eso, estoy llorando. Ya no sé si lo que viví antaño fue realidad o un buen sueño. Por eso, cuando levantes la vista de esta historia, olvídate de ella y sigue con tus asuntos. No reveles a nadie mi futuro por si en él se ven reflejados y sigue tu camino, el que quiera que tengas.
Disfruta de tu iPod y de la electricidad y utiliza el cajero solo para sacar pasta. Dúchate y despilfarra, enciende la calefacción y muévete en coche. No madrugues. Muérdete las uñas y ve al cine y bésala mientras tomáis un café y nunca nunca mires para abajo porque si miras, allí estaré para recordarte el futuro, uno de tantos.

martes, 16 de marzo de 2010

De la Cofradía del Puño Cerrado.


Todos los días encuentro dinero. Lo curioso de esto es que últimamente el valor de las monedas se acrecienta. A veces, aumenta tanto que mis pequeños descubrimientos se convierten en billetes.
Exceptuando mis grandes tesoros (el mayor fue cuando recogí veinte arrugados euros del asfalto), los demás son pequeños pero constantes, por lo que la conexión que imagino entre el euro y el menda, no es ni extraña ni misteriosa, sino más bien inexistente.
Sé que descubriendo el truco y dejándolo constar en este soporte virtual, corro el riesgo de crear competidores que se unan a mi particular “fiebre del níquel” pero, aún con eso, os revelaré el secreto de mi éxito: fijarse.
Fijarse, eso es todo. No existe ni magia ni magnetismo ni mucho menos un superpoder procedente de algún planeta desconocido, desgraciadamente. Si miras al suelo, descubrirás que el mundo se encuentra repleto de millones de céntimos. Ellos, carentes de valor individual, pueden tenerlo si al igual que la hormiga de la fábula, los recoges diariamente.
Digamos que el proceso es como el de la siembra, pero a la inversa. Imaginemos al típico agricultor que siembra a mano, puñados de insignificantes semillas y los esparce aleatoriamente por el campo (a lo canción de misa). Grabemos la imagen del tipo andando en línea recta mientras saca la mano del saco contenedor de las semillas para, acto seguido, esparcirlas por el abonado bancal. Bien, ya tenemos el video. Ahora rebobinen. Rebobinen a cámara lenta y la imagen que conseguirán, se asemejará a la que podréis experimentar si seguís mi consejo (con la sola excepción de que las monedas no saltarán a vuestra mano desde el suelo).
Cometí el error de dejar la frase coja. He de añadir algo más: la imagen que tendréis se asemejará a la que podréis experimentar si seguís mi consejo en Irlanda. Ahora si.
Tal vez en otros países de la CEE pase lo mismo (excluyo al resto porque será mas difícil encontrar céntimos de euro en Burundi, por ejemplo) pero yo solo he sido testigo de esta fructífero acontecimiento en Irlanda. Aquí todo es más caro y encima se permiten desterrar (o más bien enterrar) las pequeñas monedas. Derrochadores…

Un amigo me contó un chiste hace tiempo, que queda muy bien a colación del tema a tratar; dice así:

Un catalán se encuentra dos céntimos, se para y los mira con recelo. Su acompañante que presencia la expresión, se burla ante el inútil esfuerzo que pretende hacer el otro agachándose a por la monedita. En ese momento, el catalán saca de su bolsillo dos euros y los tira al suelo. Su compañero le replica lo absurdo de su comportamiento así que este le responde: Escolta tú, por dos céntimos no me agacho pero por dos euros y dos céntimos…

Con esto, declaro mi naturaleza hormiguera, catalana, rata o como queráis llamarla, pero también la asumo sin temor a remordimientos.
No seré yo aquel que deje pasar la oportunidad de acumular una fortuna con el paso de los años ni el que compre en Tesco (algo así como Carrefour) por tres euros, un paquete de cereales con valor de 2´99, no se si me entendéis. No seré yo el que enriquezca al ajeno a base de: “No no, quédate con la vuelta” o “ya ves tú, pa’ tres céntimos no me des nada”. No seré yo aquel que tire el bote de Nescafé, sino el que lo reutilice como hucha.
Pero reconozco que este arduo trabajo de chinos está terminando por cansarme y que, pese a que mi hacienda aumente diariamente, mi espalda termina por resentirse. Por eso, hago un llamamiento a todos los miembros de la Cofradía del Puño Cerrado (sobre todo si están en Irlanda), y los invito a que adopten esta tarea de recolección “centimil” dentro de su abanico de rácanas actividades para que, con su ayuda, alivien el peso del níquel en mis bolsillos y prevengan el futuro lumbago que me espera si sigo doblando el lomo en busca del céntimo abandonado.

martes, 23 de febrero de 2010

La Pequeña Taberna


He sido partícipe de una situación extraordinaria. Bueno, no solamente yo. Ella también lo fue y su presencia hizo más extraordinaria la situación. Nos convertimos en testigos y además fuimos personajes de aquel pintoresco momento.
Si fuese un conocedor del arte, bien podría asimilar esta historia con un cuadro de Toulouse Lautrec o algún otro de sus contemporáneos pero, como ni lo soy ni pienso documentarme ahora, me limitaré a narraros los hechos a mi manera, que esa, inherente, es la única herramienta que puedo utilizar.

La noche era fría en Burdeos y San Valentín comenzaba a alzar el vuelo ayudado de las alas de su brazo derecho, el andrógino Cupido (o lo que es lo mismo: eran las once y pico y en breve daría fin el día de los enamorados, vaya).
Las inclemencias del tiempo y las ganas de estirar un poco más la celebración, nos llevaron a buscar unas sillas donde acomodar nuestras congeladas nalgas y calentarlas a base de café “au lait”.
La música, al igual que al griego Ulises el canto de las sirenas, dirigió nuestros pies hasta un pub, el cuál no diré su nombre real, pero que llamaré: “La pequeña taberna”.
Como ya relevé, no soy ni artista ni aficionado al arte, así que no me queda otra que tomarme una licencia y dibujaros un boceto amateur del lugar de los hechos, que ese y no otro es el motivo de todo esto.

Reiterándome de nuevo, nos encontrábamos en una cafetería. Al frente observábamos una barra de bar larga, llena de botellas, cuadros y una máquina de café.
A la izquierda, una abertura en el muro blanco, daba paso a un pequeño pasillo que desembocaba en lo que suponíamos sería el restaurante.
A nuestra espalda, unos espejos enormes cubrían la pared hasta la mitad y en ellos, estaban escritos los precios de las consumiciones.
A nuestra derecha, un minúsculo escenario.
Todo el centro se encontraba abarrotado de sillas y mesas, y nosotros, ocupábamos una de las más cercanas a los espejos. Para dar fin al moviliario, lo decoraremos con rosa y verde claro, que era el color de sus paredes.

Ya tenemos el contenedor, ahora, llenemos de contenido.

En la barra, dos camareras. Frente a ellas, un joven francés con camiseta de marinero y cazadora de cuero marrón. Parece tan joven que dedujimos que la mayoría de edad le sentaba de estreno. A su alrededor, extras. Gente anónima, relleno necesario para hacer social el evento.
Giramos la mirada a la derecha y encontramos que, al fondo, junto a la entrada, el jefe, entrado en años, lucha contra el tiempo. Podemos deducirlo de su modo de vestir y su forma de mirar a una de las camareras. Habla con ella con cara de autoridad. Parece ligar ayudado de su madurez y la clase que cree, le da su estatus de propietario. Imaginaos un desarrollo a esta historia, que dejo colgada porque, como ya avisé, no es ese hoy mi motivo, sino el de describiros la escena.

Ahora un poco de música. Justo, al lado de la efervescente relación laboral, se encontraba el “Niño de Burdeos”, cantaor flamenco emigrante en Francia por razones que desconocemos, acompañado de los acordes de su inseparable amigo galo, “La fruit de mar” de Angoulême. Ambos, autores del sonido andaluz que nos envolvía e importadores del mismo, a las tierras francófonas.
A nuestra izquierda, los amantes del flamenco. Cuatro jóvenes con pintas de grupo indie francés, miraban absortos al escenario, mientras ayudaban con palmas muy bien coordinadas al desarrollo de la actuación. Eran habituales de “La pequeña taberna”. La visitaban semanalmente, a la espera de ser llamados por la diosa inspiración y poder conseguir su fama con el sonido independiente de la bulería-rock francesa.

Ahora, doy paso al boceto de la mesa final, la mesa frente a nosotros dos, la mesa que transformaba aquel momento en la escena que uno recuerda en su memoria y hace que un café se edulcore sin necesidad de azúcar. Algo tan empalagoso que escrito no comunicará todo lo que visualmente percibimos aquella noche.

Seis era el número que rellenaba la mesa, pero la mitad de ellos eras suplentes, por lo que los apartaremos de nuestra descripción. Ahora el resto:
El primero, un hombre mayor que bien podría pegar en una paisaje tipo playa de Benidorm o Mallorca en agosto, y con esto no hace falta que añada más a la descripción de sus rasgos. Bailaba a un ritmo inferior que el que dictaba la música, debido al zumo que dota al sur de Francia de su reconocimiento. Se acercaba a una joven muy delgada y muy coloradamente maquillada y era ella el motivo el segundo motivo de su agitación. La veinte añera tenía un cabello largo y liso que rozaba la frontera entre el rojo y el naranja, y su piel lechosa reforzaba más esa viveza de colores. Vestía una falda corta que le llegaba hasta más allá de la cintura y una camisa escotada. Reía y reía y no paraba de beber.
El tercer hombre era de lo más peculiar. Bajo una americana marrón, dejaba entrever una camisa y un chaleco de rombos, ambos rosas. Su media melena recordaba a un Frederic Beigbeder moreno y con barba, muy francés, y muy borracho.
No llegaría al medio siglo por falta de diez años y en su danza arrítmica gritaba al mundo que, pese a su edad, seguía careciendo de vergüenza.
La joven, el viejo y el bohemio, hacían las veces de bufones y enanos en las cortes reales y los demás disfrutábamos con sus bailes, abrazos, gritos de ¡ole!, ¡ole! y besos cercanos a los labios, requiebros de chaqueta al más puro estilo Manolete y taconeos arrítmicos y más vino en sus copas y frases en la oreja de la chica y la chica se ríe y ella que atiende a la escena interesadísima me da un codazo que significa: ¡Pero miralá! y yo, que la respondo con los ojos como platos afirmando con la cabeza la cabellera pelirroja giratoria y último sorbo al café y aplausos y saludo del maestro cantaor.

Para remate final, el bohemio enseñaba un roto en sus vaqueros que dejaba ver la nalga derecha. Una visión no apta para el día de San Valentín.

-Para mi que la pelirroja era puta seguro. Me dijo ella cuando abandonamos el local.
-Pues no se si la pagarán, pero esta noche les da una alegría a esos dos… te lo digo yo.

domingo, 24 de enero de 2010

Y...¡ACCIÓN!


Hasta aquí pudimos llegar aquella noche. Hablamos por teléfono y película después de la llamada. No es un plan demasiado excitante pero, a falta de historias propias, el celuloide hace las veces de vida real.
Descubrí el amor en Paris, más tarde, esquivé balazos en una trinchera. Nos dijimos adiós en el andén de una fría estación para, después acostarnos al pie de una hoguera en una cabaña perdida del bosque. Yo te dije te quiero, tu respondiste algo en un idioma de otro planeta. Al decirte que no entendí nada en absoluto, te ofendiste abofeteándome con un guante en la esquina de un palacete francés que hacia de decorado.
Acordamos no traer visitas a casa para que no vieran al extraterrestre que guardamos en el trastero pero, en la boda de nuestra hija, no tuvimos más remedio que dejárselo al Don para que recibiera las peticiones de la “familia”.
Encontraste un mapa del tesoro y en el momento de descubrir su verdadera posición, unos piratas te lo arrebataron de las manos para no descubrir el final de una manera tan rápida y de repente: BOOOOOM
Apago el video y la televisión. Salgo a la calle y existe un espectro lumínico más allá del technicolor. No vivo en Manhatan pero todo me resulta familiar. Enciendo un pitillo con un mechero Bic, ya que el Zippo me lo olvidé en un club social imaginario. Adelanto un poco el reloj hasta mi encuentro con los amigos de siempre, esos que existen en la vida real.
Vida real, también lo eres tú pasando por mi cabeza. Estomago encogido hasta parecer minúsculo. Taquicardia, músculos tensándose como en el anuncio de Gatorade. Sudor frío. Te acercas. Quiero un beso: BOOOOOOOOOM

-Joder. Entonces, ¿te gusto Malditos Bastardos? Seguro que eres de las que lamen el culo a Tarantino cada vez que caga una nueva película.
-No hables más de cine. Tu cruzada contra los tópicos empieza a molestarme un poco.
-Odio los tópicos, no puedo con ellos, son tan… no se, te esperas siempre lo que va a ocurrir.
-Ven aquí tonta.

Se besan. Tópico concluido.

-Jajaja. Menudo final. Un tonto que solo piensa en cine. Una miniconversación de lo más vacua y para acabar: “Se besan. Tópico concluido”. Que bueno.