Música

domingo, 30 de mayo de 2010

Suspenso


‘Muy bien, puede marcharse’.

Ese es el reconocimiento por un mes de estudio. Una felicitación sin recompensa. Un suspenso sin trago de agua ya que, mientras caía en cada pregunta, la jarra de la mesa ni siquiera me ofrecía un mínimo de su contenido transparente.

Una jarra, decenas de vasos de plástico y allí, todos apilados, uno sobre otro esperando a que alguien preguntase si podía usarlos llegara, seguían siendo testigos inertes de aquel desguace estudiantil. Así que, tras oír las últimas palabras de aquel tipo, me levanté, recogí mis sesos esparcidos en forma de apuntes junto al pupitre y me fui.

Para remontarse a esto hay que viajar en el tiempo, retroceder al pasado y escuchar la voz interior que en aquel extraño momento de mi vida, me animó a elegir mi propia condena.

Para eso hay que redescubrir septiembre de 2009.

Yo era un joven iluso, conocedor del heroísmo solo gracias al comic que siempre odié y a las fabulosas historias de personas que cumplen sus objetivos, por arduos que estos sean. Yo era, simple carnaza de la que hace posible el sueño que otros con más cojones y más constancia llegaron a conseguir. Era el 100% necesario del que hay que partir para llegar al bajo porcentaje de ganadores. Era el montón de corredores que se necesitan para que la carrera la gane el etíope y su victoria tenga sentido. Era necesario para la sociedad, pero desde otra perspectiva. Antes no sabía eso, pensaba que tenía un boleto para la victoria, en vez de saber que mi papel era del de “sigue buscando, hay miles de premios”.

Recuerdo la llamada de mi padre preguntando por la segunda factura de la matrícula y el por qué de que este año se duplicara. ‘He de intentarlo, si quiero acabar, debo matricularme de todas’.

No sabía a que me enfrentaba ni sabía el sabor de la derrota, que solo llegó al final de toda una serie de baratas victorias conseguidas gracias a mi estatus como estudiante de intercambio.

No sabia que mi vida era tan parecida a la de Taylor Durden, hasta que comenzó a sonar “Where is my mind”, los edificios se desplomaron, Norton le dijo a Marla que le había conocido en un momento extraño de su vida y que mientras todo eso pasaba, las neuronas responsables de la asimilación de suspensos decodificaron lo que había pasado esa mañana.

‘Muy bien, puede marcharse’.

El caso es que salí de aquel aula sin ninguna sensación. Poco más tarde se oyó la voz de un hombre que se alzaba para decir: ‘¡A ver si alguien es capaz de explicarme lo que son los bienes gananciales de una vez!’.

Fue el momento en el que supe que algo mal había hecho y que fui yo el que tachó tantas casillas el septiembre anterior, y que aquella voz que resonaba en el pasillo no era la de él sino la mía, la de un personaje que mi mente había inventado y que al final, cuando se despidió de mi, lo hizo con ‘¡A ver si alguien es capaz de explicarme lo que son los bienes gananciales de una vez!’. Ese fue mi Taylor interior.

Es gracioso que conocer y asimilar no se diesen en el mismo instante.

Ahora que he bebido agua y no he tenido que pedírsela a nadie porque estoy en mi casa, asimilo lo que conocí hace ocho horas y diecisiete minutos.

Trago e imagino otro final, uno en el que yo saliese de allí con un aprobado, que comenzase a saltar y a hacer llamadas para comunicar la buena nueva. Intento imaginar que mi Taylor interior me hubiese sacado de aquel embrollo y su voz no fuese aquella que sentenciaba una condena sino la de que declarase mi libertad.

Entonces paro la peli al final y me quedo en la escena de la pistola. Ahí estoy yo, solo tengo que dejar de apuntarme para salir victorioso de aquel asunto. Tal vez no tenga que pegarme un tiro para acabar con ese Taylor problemático y provocador de suspensos. Tal vez con que vuelva a ese momento y beba agua todo se solucione y no tenga que oír: ‘¡A ver si alguien es capaz de explicarme lo que son los bienes gananciales de una vez!’.

Así que me siento, retrocedo y aparezco de nuevo en la sala, frente al jurado examinador con una jarra de agua, una pila de vasos de plástico y una pregunta en la recámara: ‘¿Puedo beber un poco?’.

Él me mira, estira la mano y empuja la jarra hacia mi: ‘Sirvase…’.

Lo he conseguido, solo necesito aclarar mi garganta para demostrarle que se lo que son los bienes gananciales y acabar con todo esto. Demostrar a Taylor que si aquella vez se apareció cuando tuve que marcar tantas casillas, era por que podía hacerlo y que su voz no se alzaría jamás para darme malas noticias.

En ese momento, como si estuviese leyendo mi propio destino descubro, renglones más arriba que él ‘Sirvase’ emitido por aquel tipo, no era un sírvase solo, sino que iba seguido de tres putos puntitos que significan que algo le acompaña.

‘Sirvase… total, ya que no va a aprobar, por lo menos beba agua. Después de lo que acaba de escribirnos, sabemos que no pudo acabar con Taylor y que mi voz seguirá siendo reflejo de él mismo. Ese hombre que amaría ser, se la está jugando ahora’.

Vuelvo a la peli, Norton sangra por la oreja y de la mano de Marla disfruta de aquel desolador paisaje, suenan los Pixies, aparecen los créditos, sonrío en señal de absoluto disfrute, me tumbo con la mirada en el techo y me digo que queda un mes para intentarlo de nuevo. Total, ‘Taylor no estará la próxima vez, entre otras cosas porque Brad Pitt no pinta nada en mi facultad y no creo que con la liada esa que tiene entre sus chiquillos y su mujerón, venga para darme por culo con todo el tema del agua y el vasito’.

2 comentarios:

Cristinita Pérez dijo...

Me encanta tu blog, por cierto, si vuelves a ver a Brat Pitt por tu facultad, avísame.
Un saludo

Anónimo dijo...

AMO el Club de la Lucha. Ocho visionados de la película y tres lecturas del libro de Chuck Palahniuk en el que se basa lo demuestran, así que has conseguido emocionarme con esta analogía.

Sólo una cosita... Se llama Tyler, que, no sé por qué, pero mola más.

P.D.: Ánimo, ya te dije anoche que yo voy por mi tercer primero... Y ya viste que sigo gambiteando como el que más. ("Gambitear", qué gran verbo).