Música

lunes, 23 de marzo de 2009

El café de las delicias


Rememorando unas palabras de Goethe: “Si quieres conocer a alguien, debes ir a su casa”.
No es por ser del todo “maniqueísta” pero, la vida puede ser bonita y puede ser fea. También puede ser interesante y aburrida. No olvidemos que puede carecer de acción y puede ser del todo activa.
Ahora, cuando reviso mi cuaderno de notas, “denoto” cierta vacuidad en todas mis “anotaciones”. Páginas y páginas repletas de pensamientos sin “chicha”, una buena manera de rellenar celulosa para luego, leerla tiempo después y demostrarme que, aunque el maniqueísmo forme parte de mi punto de vista (algo característico de una personalidad débil), encuentro interesante esa manera de no dogmatizar ninguna opinión, por muy propias que sean.
Respecto al asunto de los cuadernos, creo necesaria la imperiosa actividad creativa que nos asiste a todos los que formamos parte del gremio del maniqueo vital.
Escribir y escribir, pensar y pensar sin un objetivo aparente. El fruto de la indecisión es esa dicotomía, la propia indecisión, la purga de reflexiones vacías con ánimo de creatividad frustrada.
-Ernest Bluesky, su café-
Me encanta dar nombres falsos cuando voy al Starbucks, es divertido llamarse Ernest, Arquímedes o El castigador, por un momento. Es una actividad que ya está más que instaurada en estos establecimientos. La gente crea un pseudónimo para que, al recoger su pedido, se sienta por un momento el centro de atención.
Agarro el vaso y vuelvo a mi asiento. Doy un sorbo del brebaje “cafeínico” y coloco mis dedos en la posición de: meñique en la letra A, anular en la S, etc., hasta terminar con el otro meñique en la Ñ.
No comprendo por qué venimos a este lugar a escribir, más bien creo que venimos a exhibir nuestros portátiles Mac y a integrarnos dentro de esta familia de mamíferos que ha cambiado su pluma por una computadora con mucha clase.
Ahora entiendo. A mi alrededor hay 7 personas que como yo, beben café y miran atentos sus pantallas. La creatividad es un café más caro de lo normal y un teclado más plano de lo habitual.
No conozco a ningún escritor que haya cursado clases en la facultad del absurdo empaque y luego haya vendido novelas que rezumen creatividad. No conozco la razón por la que dejé de lado mi mesa de escritorio con mi café casero, para trasladarme a este antro de perversión estilosa. Aquí no hay más que buenos asientos y sentimientos de superioridad. Me gusta.
Creo que Goethe tenía razón hasta cierto punto y creo, que venir a esta cafetería es algo más interesante que visitar la casa de todos estos pobres desdichados (entre los que me incluyo).
Creo que no estoy seguro de creer algo con seguridad, por eso, cuando el camarero me entregó mi café, le respondí absurdamente que en realidad no me llamo Ernest Bluesky, sino otro nombre, y es cierto, ni siquiera fui capaz de decirle mi nombre de pila porque, ni siquiera creo que esa sea la palabra con la que me sienta más identificado cuando alguien me nombra.
Ni siquiera estoy seguro de que Goethe dijera esas palabras y de que las mismas guarden relación con todo lo que escribo mientras que me tomo mi café Starbucks.
¡Ni siquiera traje dinero para pagar la cuenta!
Apago el portátil y lo meto en la bolsa. Doy el último sorbo y empiezo a sudar frías gotas. Bajo las escaleras y me acerco a la puerta con un disimulo tan falso que solo le falta silbidos. En el momento que agarro el pomo, dispuesto a dejar la cuenta pendiente, una mano me toca el hombro. Se me erizan los pelos de la espalda.
-Señor Buesky, se olvida su café-Dice agarrando el vaso.
Es guapa y sabe que no pagué. Hace un gesto con la mano que me dice: “no te preocupes, invito yo”.
Salgo a la calle. Una cámara graba un picado que va girando velozmente, otorgando a la escena una seña de locura.
En vez de agradecerla el pago de mi deuda, sonrío tímidamente y salgo disparado calle arriba. La muchedumbre que inunda la ciudad hacen de barricada pero, mi fiadora consigue alcanzarme y me invita a su casa. No tengo la necesidad de conocerla pero, aun así voy.
Llegamos.Cuando creo que vamos a acostarnos y devolverle de una manera carnal la deuda del café, ella me enseña una foto de su hija muerta y me acuchilla sin pudor alguno. Sangro por dentro pero no tengo heridas externas. La cámara vuelve a girar sobre su cabeza y, cuando quiere darse cuenta, el señor Bluesky ya no narra su historia y se encuentra tirado en el suelo, mordiendo los labios de la fiadora.
No conocía el significado del la palabra elección, así que su “maniqueísmo” le impidió conocer algo de aquella mujer.
Eligió poder tomarse un café y ni siquiera llevó dinero para pagarlo porque como lsdfjoadsfij dsofisdfj BUUUUM!!!
Ahora nada sirve. Ahora todo vale. El perro se comió las brasas de la hoguera.
La cámara mira atenta la escena del polvo y culmina su exposición con un difuminado a negro que da paso a unos créditos que poco tienen que ver con los que pagó la chica por el café.
Ahora, todo se basa en la elección del señor Bluesky y en la locura del desenlace final. Ahora ya no valen los portátiles ultraplanos y los cafés de 3 euros. Ahora solo están los gemidos y las deudas pagadas más que de sobra.

5 comentarios:

Golfoooo dijo...

Te pierdo rodrigo te pierdo un punto mas de locura y lo cuerdo se volvera loco.Gran texto un abrazo

alvaro dijo...

creo que me he mareado de tantas vueltas...
es esa sensación extraña tras bajar de una montaña rusa, estás con la cabeza dadndo vueltas, pero esas ensación de liberar adrenalina a diestro y siniestro lo tapa todo.

me gustan tus vueltas, por que empiezan en un sitio pero no sab4es donde van a acabar!
ala majo! :P

Gonzalo dijo...

Muy chulo. Nunca pensé que se podría convertir en protagonista de una historia alguien cuyo nombre es sospechosamente similar a la marca de electrodomesticos del carrefour... quizá vomite yo una nueva historia sobre el señor Tochiva o la señora Vosch... :-P

sanosuke dijo...

jajajaja, como siempre la mierda, (no , en serio, estaba curioso el relato)

2+2=5 dijo...

que bueno!!!